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Enviado por Parroquia de Nuestra Señora de la Salud on Thursday, September 3, 2015

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Los fundamentos de la Pastoral Social: EL DESIGNIO DEL AMOR DE DIOS para la humanidad que sufre

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (20-40)

En la pasada III Unidad de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia hemos estudiado cómo: esa realidad de que somos: creados a imagen y semejanza de Dios está empañada por el mal desde los orígenes, pero no sólo por el mal físico, sino también el mal moral, todo aquello a lo que llamamos pecado.

Nunca debemos olvidar que, la manera en la cual el cristiano experimenta el pecado no es algo aislado, sino que, nos abre a las profundidades del perdón divino. Nuestra situación de pecadores nos lleva a la toma de conciencia del amor de Dios, a su misericordia y a su perdón: nos lleva a la profundidad de la Redención. La visión cristiana del pecado nos refleja una palabra, dos aspectos: denuncia que lo suprime y perdón. Así el pecado aparece al cristiano, como compromiso para la conversión y compromiso para adentrarnos en el misterio de la misericordia divina. Esto es lo que intentaremos realizar en esta IV Unidad de nuestro estudio sobre la Doctrina Social de la Iglesia, adentrarnos en el designio del Amor de Dios para una humanidad que sufre y que iluminada por la Redención de Cristo.

Para iniciar, nuestro estudio debemos considerar algunas bases que la Revelación en la Sagrada Escritura nos ha aportado sobre la cercanía de Dios, que nos permite comprender, el gran Plan de Dios: la Redención, salvarnos por amor. Podemos mencionar entre las principales características sobre esta cercanía de Dios, que muchas veces olvidamos, y que destaca el Nuevo Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, las siguientes características:

a) Don y gratuidad: Cualquier experiencia religiosa auténtica comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios aparece, por una parte, como origen de lo que es, como presencia que garantiza a los hombres, socialmente organizados, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios; por otra parte aparece también como medida de lo que debe ser, como presencia que interpela la acción humana tanto en el plano personal como en el plano social, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres. En toda experiencia religiosa se revelan como elementos importantes, tanto la dimensión del don y de la gratuidad, captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado a administrar, y compartir responsablemente el don recibido (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia No. 20).

b) Revelación progresiva de Dios como respuesta a la búsqueda humana de lo divino: Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas, puntuales e incisivas, en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre. La cercanía gratuita de Dios a la que alude su mismo Nombre, que Él revela a Moisés, "Yo soy el que soy" (Ex 3, 14), se manifiesta en la liberación de la esclavitud y en la promesa, que se convierte en acción histórica, de la que se origina el proceso de identificación colectiva del pueblo del Señor, a través de la conquista de la libertad y de la tierra que Dios le dona (CDSI No. 21).

c) A la gratuidad del actuar divino, surge el pacto divino - humano, la Alianza compromiso asumido por el pueblo de Dios. En el monte Sinaí, la iniciativa de Dios se plasma en la Alianza con su pueblo, al que da el Decálogo de los mandamientos revelados por el Señor ( Ex 19-24). Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio, los diez mandamientos constituyen las reglas primordiales de toda vida social (CDSI No. 22).

1.- La cercanía de Dios para quien sufre: el enfermo, el anciano, el pobre

El amor humano es un bien inconmensurable, la fuente de vida y de felicidad, es una chispa divina, un átomo de la vida de la Santísima Trinidad. En toda la Sagrada Escritura, Dios se presenta como amor: el origen y la manifestación plena del amor. Dios vive en el amor y de amor; actúa porque ama; la creación, la Encarnación, la Redención encuentran su razón última en el amor divino y Dios comparte con nosotros este amor.

La historia de la humanidad, con sus momentos tenebrosos, llenos de atrocidades y perversiones, siempre resulta iluminada por este faro poderoso de luz: el amor de Dios. La Historia de nuestra Salvación encuentra su explicación plena en el Dios - Amor; la Redención tiene su origen en el amor del Padre, es realizada por el amor de Dios, el amor de su Hijo y es completada por el Espíritu Santo, el amor personificado en el seno de la Trinidad. Aquí es donde radica el fundamento sobre la cercanía de Dios, que ilumina transforma y da sentido al sufrimiento humano.

Todo cuanto existe en el cosmos es obra de Dios; el universo es una criatura del Señor. Todo cuanto existe ha sido hecho por Dios, ¿por qué razón crea el Señor? ¿Por qué quiere comunicar su existencia al ser humano? La respuesta a estas preguntas la encontramos en el amor de Dios. El Señor crea porque ama y quiere que su amor esté cercano a nosotros y transforme nuestra vida, nuestra realidad por dura que sea.

Dios es Creador, da el ser y la vida a todo lo que existe. El hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27), están llamados a ser el signo visible y el instrumento eficaz de la gratuidad divina en el jardín en que Dios los ha puesto como cultivadores y guardianes de los bienes de la creación (CDS No. 26).

En el actuar gratuito de Dios Creador se expresa el sentido mismo de la creación, aunque esté oscurecido y distorsionado por la experiencia del pecado. La caída de nuestros primeros padres, desobedecer a Dios significa apartarse de su mirada de amor y querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo. La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas. En esta ruptura originaria debe buscarse la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad (CDSI No. 27).

Dios siempre está cercano, pero en ocasiones, el enfermo, el pobre, el anciano, no perciben la cercanía de Dios en su realidad de enfermedad, vejez o pobreza, porque muchas veces el pecado personal o el pecado social impregna las relaciones humanas, las estructuras y las situaciones de la vida y atentan contra su dignidad, contra su integridad frente a la injusticia humana y no favorecen una solidaridad auténtica. Debemos favorecer el descubrimiento de la cercanía de Dios en la vida del enfermo, del anciano, del pobre, y así se restablecerá: la relación de comunión con Dios, la unidad interior de la persona enferma, pobre, anciana o abandonada y sanará las rupturas y las heridas producidas por el pecado personal o social.

2.- Jesucristo cumplimiento del amor de Dios

La benevolencia y la misericordia, que inspiran el actuar de Dios se vuelven cercanas al hombre y asumen los rasgos humanos en Jesús, el Verbo hecho carne. En la narración de San Lucas, Jesús describe su ministerio mesiánico con las palabras de Isaías que reclaman el significado profético del jubileo: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús se sitúa, pues, en la línea del cumplimiento, no sólo porque lleva a cabo lo que había sido prometido y era esperado por Israel, sino también, en un sentido más profundo, porque en Él se cumple el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Jesús proclama: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14, 9). Expresado con otras palabras, Jesús manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y cómo se comporta con los hombres (CDSI No. 28).

El Padre celestial ama a todos sus hijos y quiere que todos los hombres consigan la salvación (1Tim 2, 4), puesto que los ama y por esa razón envió a su Hijo unigénito a la tierra: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que quien crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). La muerte de Cristo en la cruz por la humanidad pecadora constituye la prueba más concreta y elocuente del amor de Dios a los hombres (Rom 5, 8).

Dios es amor y ama siempre, su amor no se limita al acto de crear, como hemos visto anteriormente, sino que se manifiesta continuamente en la existencia de la humanidad. La historia de la salvación es la revelación más elocuente y concreta del amor del Señor y constituye el diálogo más fascinante de amor entre Dios y el hombre. El amor del Señor ha alcanzado la expresión y la concreción suprema: Dios amó al mundo hasta tal punto que le dio a su único Hijo, quien salva a la humanidad herida por el pecado, recogiendo en la unidad a los hijos dispersos de Dios, dando vida nueva al Pueblo de Dios con su muerte redentora (Jn 11, 51s).

El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre, en el corazón mismo de la vida divina. Jesús anuncia la misericordia liberadora de Dios en aquellos que encuentra en su camino, comenzando por: los enfermos, los pobres, los marginados, los pecadores e invita a seguirlo, porque Él obedece al designio de amor de Dios como su enviado en el mundo.

La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo expresa precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo del Padre: Todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16, 15); Él, a su vez, tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres: No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15, 15).

Reconocer el amor del Padre significa para Jesús inspirar su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y convertirse así, con su misma existencia, en ejemplo y modelo para sus discípulos. Estos están llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo (CDSI No. 28).

Todos nosotros somos amados por el Padre y este amor se concreta en la inhabitación de la santísima Trinidad en nuestro corazón (Jn 14, 23). Esta experiencia de sentirse amados por Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo es necesario plantearla a nuestros hermanos enfermos y ancianos y acompañar su dicha experiencia. La prueba suprema del amor de Dios: el envío del Hijo al mundo, para que llevara a cabo la Redención de la humanidad con su muerte en la cruz, muchas veces queda muy lejana porque la enfermedad y el sufrimiento aíslan a los enfermos y ancianos del gran amor de Dios. Este amor de Dios que se concretó en el don de la filiación divina: "Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre al hacer que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos de verdad" (Jn 3, 1), deberá ser el gran anuncio kerigmático hacia nuestros hermanos que sufren, iluminando así las tinieblas del dolor, de la soledad y de los miedos a la muerte física.

El amor divino debe ser acogido por el enfermo, el anciano y constituir la fuerza y la energía secretas de sus victorias sobre el mal, la enfermedad y la muerte. El hermano que sufre, que es pobre, que está enfermo debe acercarse a la experiencia del amor divino mediante el don del Espíritu Santo que habita en él, recordemos que el Espíritu Santo es el consolador: que venda y sana nuestras heridas. Nuestra tarea apostólica y ministerial es favorecer dicha experiencia del amor divino en sus vidas, no pensemos, que nosotros somos lo que hacemos todo, es el amor de Dios que transforma. Siempre debemos considera el amor de Dios, como el bien supremo de la Iglesia, que está sobre toda fuerza o poder de este mundo, del pecado, de la enfermedad y de la muerte (Rom 8, 38s).

3.- Revelación del amor de Dios benevolente en el enfermo, el anciano, quien sufre, el pobre

Desde los textos del Antiguo Testamento surge el amor tierno y benévolo de Dios que, perdona las infidelidades de Israel, que sana sus heridas y cura sus enfermedades. Esta actitud divina de amor fiel y misericordioso se expresa mediante el término hesed, imposible de traducir a las lenguas modernas, pero que es similar a varios vocablos nuestros: gracia, amor, misericordia, benevolencia. El Señor es verdaderamente el Dios de la benevolencia, de la misericordia (Sal 59, 11.18); todos sus senderos son amor benévolo y misericordioso que superan los cielos (Sal 36, 6). El Señor corona con este amor misericordioso incluso al hombre pecador, renovándolo con su perdón (Sal 103, 3ss). El amor benévolo del Señor es eterno, sus intervenciones salvíficas encuentran su fuente y su explicación en este amor benévolo; más aún, la misma creación es fruto de este hesed divino.

Dios ama las cosas creadas, a los hombres, a su pueblo, y de manera especial a los pequeños, a los enfermos, a los pobres, a los débiles, son el objeto primero y principal de su amor en su Hijo unigénito: el Verbo hecho carne. Así lo proclama Dios Padre a la orilla del Río Jordán, durante el bautismo de Cristo: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11) y en la cima del Tabor, durante la transfiguración de Jesús "mi Hijo muy amado" (Mc 9, 7).

Dios Padre ama al Hijo ya desde la eternidad, por eso lo ha puesto todo bajo su poder (Jn 3, 35). Este amor único explica la razón de porqué el Padre muestra al Hijo todo lo que hace. Por otro lado, Jesús es Hijo obediente, dispuesto a ofrecer su vida para cumplir la voluntad del Padre; por eso lo ama profundamente el Padre (Jn 10, 17). Este amor tan fuerte y profundo es semejante al que siente Jesús por sus amigos (Jn 15, 9). Y éste, debe ser el nuestro para vivir en nuestro servicio al prójimo pequeño, débil, enfermo, anciano, pobre y desvalido.

El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (Rm 8, 26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él gratuítamente todas las cosas? (Rm 8, 31-32). Un lenguaje semejante usa también San Juan: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10; CDSI No. 30).

Jesús, con su persona y con su obra, constituye la manifestación suprema del amor del Padre a nosotros. Dios no ofrece un signo más elocuente y más fuerte de su amor ardiente a los hombres pecadores que este: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). El Verbo Encarnado constituye la manifestación suprema de la caridad inmensa de Dios Padre a la humanidad necesitada de redención y de salvación. Este amor debe ser presentado a nuestros enfermos y ancianos, la persona de Cristo: don magnífico del amor de Dios que llega a iluminar y a enriquecer la vida del enfermo, del anciano, de quien sufre, del pobre, de nuestros hermanos sumergidos en las tinieblas del pecado, las adicciones, la depresión, la inseguridad e incertidumbre de la vida.

El Rostro de Dios revelado progresivamente en la Historia de la Salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Sonto, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres (Rm 5, 5).

Con las palabras y con las obras, con su muerte y resurrección, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia, a hacernos hijos suyos en el Espíritu y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro (CDSI No. 31).

El Apóstol San Juan en su primera carta sintetiza los dos aspectos de la revelación del amor del Padre en el envío del Hijo y en el sacrificio del Calvario: "En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: en que ha mandado a su Hijo único al mundo para que nosotros vivamos por Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como víctima expiatoria por nuestros pecados" (Jn 4, 9s). Somos hijos y hermanos pero, ¿vivimos de tal manera en el mundo? ¿Somos conscientes de que el centro y fin de nuestra vida es Jesús el Señor y Maestro?, ¿vivimos en comunión con Cristo, que ha expiado nuestro pecados, con su Santa Muerte y Gloriosa Resurrección? ¿Comprendemos todo esto a la luz del inmenso amor de Dios?

Estas son preguntas que pueden utilizarse en nuestro servicio y ministerio hacia nuestros enfermos, ancianos, los débiles, los pobres. Debemos siempre tener una alusión a la muerte Redentora de Cristo en nuestro servicio y ministerio, así como también ser los primeros en expresar nuestra fe en el Hijo de Dios que nos purifica de todo pecado con su sangre (Jn 1, 7; Rom 3, 25). Debemos siempre vivir y proclamar en nuestra vida y en nuestras obras el amor inmenso y fuerte de Dios a su Hijo, manifestado en su triunfo sobre la muerte, el mal y el pecado, en el esplendor y la gloria de su Santa Resurrección. Teniendo en cuenta estos dos elementos básicos, podremos iluminar y llenar de esperanza, las vidas sumergidas en la desesperación, las tinieblas del miedo y encadenadas al sufrimiento y la muerte sin sentido cristiano.

4.- La persona humana del enfermo en el designio del amor de Dios

Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4, 11-12). La reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros (Jn 13,34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste (CDSI No. 32).

Cristo es la manifestación perfecta de la caridad divina del Padre; en realidad Él amó de forma profunda y concreta, como solamente un hombre de corazón puro y un verdadero Dios podía amar. Para nosotros aquí está el modelo a seguir en nuestro trato y servicio a quienes sufren, están enfermos, son pobres, están abandonados, están débiles y necesitan más que consuelo o bienes, necesitan amor, pero amor al estilo y manera de Dios.

El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal, porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de todo el "ethos" humano... cuyo vértice es el mandamiento del amor. El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra "comunión" (CDSI No. 33).

5.- La Salvación de Cristo cercana en quien sufre y está enfermo

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano. La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo. El actuar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar su Amor y su Providencia para con sus hijos (CDSI No. 35).

"El hombre salvado por Cristo, no sólo recibe la remisión de los pecados, sino que además es elevado a una nueva vida. El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Cor 5, 17). El fruto de la Redención - Salvación, realizada por Cristo es precisamente esta 'novedad de vida': 'Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto (de Dios), según la imagen de su Creador' (Col 3, 9-10). 'El hombre viejo' es 'el hombre del pecado'. 'El hombre nuevo' es el que gracias a Cristo encuentra de nuevo en sí la original 'imagen y semejanza' de su Creador.

"Despojaos, en cuanto a vuestra vida interior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4, 22-24). "En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a la buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos" (Ef 2, 10). La Salvación - Redención es la nueva creación en Cristo. Ella es el don de Dios, la gracia, y al mismo tiempo lleva en sí una llamada dirigida al hombre.

La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre es salvación universal e integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente. Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros. Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de auto - salvación del hombre (CDSI No. 38).

En nuestro ministerio con los enfermos y ancianos, cuán importante es tener bien en claro la dimensión trascendente de nuestra existencia, es decir, nuestra meta final en la vida, el cielo; pues el fenómeno inmanentista tan fuertemente presente en la cultura actual, puede nublar esta realidad y sumergir a muchos enfermos y ancianos en la tristeza, la depresión, que les impide aceptar la fuerza y la acción de la Redención en nuestras vidas.

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual el hombre se entrega entera y libremente a Dios, respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza, "pues fiel es Dios el autor de la Promesa" (Hb 10, 23). El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre (cfr. Jn 15-17; CDSI No. 39).

El hombre debe cooperar en la obra de salvación y, especialmente el enfermo y el anciano sumergido en el dolor y la enfermedad deben cooperar a lo que Dios ha realizado en él por medio de Cristo. Es verdad que 'habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios' (Ef 2, 8). El hombre nunca puede atribuir a sí mismo la salvación, la liberación, la liberación salvífica es don de Dios en Cristo. Pero al mismo tiempo tiene que ver en este don una fuerza y energía incesante para transformar su existencia mucha veces sumergida en las tinieblas del mal, de la enfermedad, de la desesperanza y dar así sentido a su sufrimiento.

La salvación comporta un profundo conocimiento de cómo Dios en la cruz de Cristo y en la resurrección redentora nos ha regenerado completamente, no sólo en lo externo, sino integralmente. Es importante remarcar que: la redención realizada por Cristo, que obra con la potencia del Espíritu de verdad, tiene una dimensión personal, que concierne a cada hombre en su realidad concreta y al mismo tiempo tiene una dimensión social, y comunitaria. Aquí radica la fuente que anima nuestra acción de caridad y de servicio al prójimo, en la persona del enfermo, del anciano y de sus familiares, su entorno.

En nuestro ministerio y apostolado con los enfermos, ancianos, los que sufren, los abandonados, los débiles, los pobres, siempre mostremos el esplendor de la Redención, la reconciliación de todos con Dios por medio de Cristo, que contiene implícitamente una reconciliación de todos entre sí, es decir, la dimensión comunitaria de la Redención y esto será la semilla para crear una fraternidad entre los que sufren y los que los acompañan, quienes están con miedo y angustia y quienes los consuelan, quienes están heridos y quienes los curan.

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aun cuando sea un enemigo (cf. Mt 5, 43-44). En esta dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios (CDSI No. 40).

Trabajo grupal de reflexión: 30 minutos en grupos de 5 personas.

1.- ¿Cuáles son las principales características de la cercanía de Dios, que menciona el Nuevo Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Para qué nos sirve conocer estas características?

2.- ¿Por qué razón crea el Señor? ¿Por qué quiere comunicar su existencia, su amor al ser humano, especialmente al ser humano que sufre, que está enfermo, que está anciano, que es débil?

3.- ¿Al vivir en este mundo, somos conscientes de que el centro y fin de nuestra vida es Jesús el Señor y Maestro, cumplimiento supremo del amor de Dios?

4.- ¿Vivimos en comunión con Cristo, que ha expiado nuestro pecados, con su Santa Muerte y Gloriosa Resurrección? ¿Lo comprendemos todo esto a la luz del inmenso amor de Dios?


TAREA PARA REALIZAR EN CASA: TRABAJO PERSONAL

Cada quién prepare pequeñas tarjetas sobre el tema de la CERCANÍA DEL AMOR DE DIOS MANIFESTADO EN LA PERSONA DE JESUCRISTO Y EN SU REDENCIÓN. Este material se podrá repartir entre sus enfermos, ancianos y sus familiares, para iniciar una provechosa plática de catequesis sobre este tema.

Tomado de:
COMISIÓN ARQUIDIOCESANA PASTORAL DE SALUD
ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO

FORMACIÓN CONTINUA 2006 de los MECE y Agentes de Pastoral de Salud

IV UNIDAD PASTORAL: AÑO JUBILAR GUADALUPANO — ABRIL, 2006



Los fundamentos de la Pastoral Social: LA PERSONA HUMANA, el drama del pecado y la respuesta de Dios: La Redención

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (115 -123)

1.- La raíz de las laceraciones personales y sociales: El Pecado personal y el pecado social

En la Unidad II de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia hemos colocado el fundamento de fe y de la Revelación en la Sagrada Escritura que afirma que: hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, con lo cual entenderemos que nuestro fin último es Dios por medio de la Santidad. Sobre esta realidad de nuestra fe debemos insistir en nuestro ministerio y apostolado con los enfermos y los ancianos, debemos recordar que el enfermo en medio de su enfermedad, sufrimiento y soledad, olvida que está constituido como imagen de Dios: en su ser cuerpo y alma, y en su ser hombre y mujer. Pero nos preguntamos: ¿Si Dios nos hizo también, a su imagen y semejanza, por qué pareciera que todo esto está tan distante o se han ensombrecido en la vida cotidiana? Debemos ahora ver también la otra cara de la moneda: esa imagen, tal como aparece en nuestra experiencia, está empañada por el mal. No sólo el mal físico, sino también el mal moral, todo aquello a lo que llamamos pecado pero, ¿qué entendemos por pecado?

CEC 1868. El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
- participando directa y voluntariamente;
- ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
- no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
- protegiendo a los que hacen el mal.

Cuando hablamos de pecado pensamos en: transgresión. Es la primera y más directa experiencia de pecado que tenemos. Hay pecado allí donde se da una acción contraria a los mandamientos de Dios. Esta noción de pecado nos aporta que hay pecado allí donde se dan hechos contrarios a la voluntad de Dios. Pero si nos centramos en los mandamientos, podemos caer en un legalismo exagerado en el que terminaríamos viendo los preceptos de Dios como injerencias extrañas e injustificables en nuestra propia vida y conciencia. Y si nos fijamos excesivamente en la voluntariedad nos llevaría a incurrir en un subjetivismo en el que la persona se convierte en juez único y absoluto del bien y del mal. Necesitamos ampliar la idea que tenemos de pecado a partir de la relación personal con Dios.

2.- Redescubrir la noción perdida sobre el pecado

CEC 1849. El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como 'una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna' (S. Tomás de A., s. th., 1-2, 71, 6).

CEC 1850. El pecado es una ofensa a Dios: 'Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí' (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse 'como dioses', pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así 'amor de sí hasta el desprecio de Dios' (S. Agustín, civ, 1, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (Cf. Flp 2, 6-9).

Dice San Pablo en su Carta a los cristianos de Roma: "Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre" (Rm 3, 22-25) Todos los hombres hemos pecado y estamos privados de la gloria de Dios. Son dos realidades que se complementan y afectan a toda la humanidad: el acto concreto y la situación de alejamiento de Dios. ¿Cómo sabe Pablo que todos los hombres están así? La respuesta parecía difícil, pero no es así. San Pablo sabe bien que mediante la Redención en Cristo Jesús, es como podemos tener de nuevo acceso a Dios y ser justos ante Él.

Debemos recordar lo fundamental para nuestra fe: Para obrar la salvación que viene de Dios, Jesús ha tenido que llegar al más absoluto alejamiento de Dios, la cruz y la muerte, porque era allí donde se encontraba la humanidad real. La cruz de Cristo es el lugar desde el que Dios nos ha rescatado para la salvación. Si Jesús es redentor de todos los hombres y su redención ha tenido la forma concreta del perdón de los pecados, entonces es que todos los hombres están necesitados de redención y perdón por parte de Dios. Sólo a partir de la conciencia clara de esta amplitud y grandeza del don de salvación de Dios en Cristo nace la conciencia de la amplitud y grandeza de la situación de pecado previa a este don.

Más adelante, y desde su misma experiencia, Pablo analiza en carne propia la situación del hombre pecador: "El bien que quiero hacer no lo hago: el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias" (Rm 7, 19-25).

San Pablo describe dramáticamente la lucha interna que sostiene. Apresado por el pecado se ve incapaz de salir de su situación, se encuentra inevitablemente haciendo lo que no quiere, aunque su razón aprueba el bien. Su libertad está necesitada de ayuda para poder superar el poder del pecado que habita en él mismo, por eso agradece haber recibido finalmente esa ayuda de Dios por medio de Jesucristo.

Con esta experiencia de San Pablo, podemos resumir lo dicho en una afirmación: A partir de la salvación dada en Jesucristo podemos afirmar que todos los hombres son pecadores y están necesitados de la unión con Cristo para salir de su situación. Pero si el hombre se encuentra encerrado en el pecado y no puede salir de esa situación, no puede hacer el bien por sí mismo. ¿Será que no es libre? Para responder a esta pregunta tenemos que comprender lo que significa la libertad. Entendemos por libertad, en un primer acercamiento, la capacidad de decisión propia inherente al ser humano. Esta capacidad de decisión está modelada y modulada por dos tipos de condiciones. En primer lugar está la cantidad de opciones posibles que se presentan para elegir, y entendemos que habrá más libertad cuando se puede elegir entre una mayor cantidad de posibilidades. La libertad no sólo se engrandece con la amplitud numérica de sus posibilidades, sino sobre todo con el valor intrínseco de cada decisión.

CEC 1731. La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

CEC 1732. Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.

CEC 1733. En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado" (Cf. Rm 6, 17).

Pongamos ahora estos conceptos a la luz del bien de mayor valor que tiene todo ser humano: la propia vida. En todo momento estamos configurando nuestra existencia, tomando, de forma más o menos consciente, decisiones que afectan a la plasmación concreta de nuestro ser personal en el tiempo. Está la libertad de hacer o capacidad de elegir entre varias opciones y está la libertad de ser o capacidad de configurar la propia existencia. Cuando esta armonía entre los dos tipos de libertad no existe surge: el pecado.

CEC 1739. Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.

CEC 1740. Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales. Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.

A esta situación de que el hombre se encuentra como encerrado en sí mismo e incapaz de ir hacia Dios es lo que llamamos pecado original que consiste en el rechazo del don original de Dios que hizo al hombre para la gracia. Si esta oferta de gracia es rechazada por el hombre, no es el hombre el que pueda restaurarla, tendrá que ser Dios el que la renueve y será en la persona de Cristo, se trata de una oferta de gracia, de comunión con de Dios.

La historia entera, no sólo de Israel, sino de toda la humanidad pecadora, es la historia de la preparación a la encarnación de Dios en Cristo. Pero, sin Cristo, todos los seres humanos son desde el primer instante de su existencia, pecadores, en tanto que la lejanía de Dios y la imposibilidad de apertura confiada y radical a él les está vedada a causa del pecado, a esta desarmonía entre los dos tipos de libertad: la libertad de hacer o capacidad de elegir entre varias opciones y está la libertad de ser o capacidad de configurar la propia existencia.

El Drama del Pecado: La admirable visión de la creación del hombre por parte de Dios es inseparable del dramático cuadro del pecado de los orígenes. Con una afirmación el apóstol Pablo sintetiza la narración de la caída del hombre contenida en las primeras páginas de la Biblia: por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte (Rm 5, 12). El hombre, contra la prohibición de Dios, se deja seducir por la serpiente y extiende sus manos al árbol de la vida, cayendo en poder de la muerte. Con este gesto el hombre intenta forzar su límite de criatura, desafiando a Dios, su único Señor y fuente de la vida. Es un pecado de desobediencia que separa al hombre de Dios.

Por la Revelación sabemos que Adán, el primer hombre, transgrediendo el mandamiento de Dios, pierde la santidad y la justicia en que había sido constituido, recibidas no sólo para sí, sino para toda la humanidad: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales (CDSI No. 115).

3.- El enfermo y el anciano ante las estructuras del pecado personal y social

La realidad del pecado como situación se pone de manifiesto en los pecados concretos, sean personales como sociales y, son los pecados concretos los que nos llevan a la situación de pecado. Este elemento doctrinal es muy importante de tomar en cuenta para nuestra evangelización con los enfermos y ancianos. Pareciera que en nuestros días existe una tendencia a decir, pensar y predicar, que el pecado ya no toca o incumbe al enfermo. Error, en la enfermedad el pecado se vuelve la cuestión más radical de la imposibilidad de realización humana al margen de Dios. Debemos tener sumo cuidado sobre este punto: enfermedad, pecado, sentimiento de culpabilidad son un torbellino de ansiedad y que causa desolación en el enfermo.

"En la raíz de las laceraciones personales y sociales, que ofenden en modo diverso el valor y la dignidad de la persona humana, se halla una herida en lo íntimo del hombre: "Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad". La consecuencia del pecado, en cuanto acto de separación de Dios, es precisamente la alienación, es decir, la división del hombre no sólo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás hombres y del mundo circundante: la ruptura con Dios desemboca dramáticamente en la división entre los hermanos. En la descripción del "primer pecado", la ruptura con Yahveh rompe al mismo tiempo el hilo de la amistad que unía a la familia humana, de tal manera que las páginas siguientes del Génesis nos muestran al hombre y a la mujer como si apuntaran su dedo acusando el uno hacia el otro (cf. Gn 3, 12;); y más adelante el hermano que, hostil a su hermano, termina por arrebatarle la vida (cf. Gn 4, 2-16). Según la narración de los hechos de Babel, la consecuencia del pecado es la desunión de la familia humana, ya iniciada con el primer pecado, y que llega ahora al extremo en su forma social. Reflexionando sobre el misterio del pecado es necesario tener en cuenta esta trágica concatenación de causa y efecto (CDSI No. 116).

Al dirigir nuestra mirada al mundo contemporáneo, constatamos que en él la conciencia del pecado se ha debilitado notablemente, esto incluye a los enfermos y ancianos también. A causa de una difundida indiferencia religiosa, o del rechazo de cuanto la recta razón y la Revelación nos dicen acerca de Dios, muchos hombres y mujeres pierden el sentido de la Alianza de Dios y de sus mandamientos. Además, muy a menudo la responsabilidad humana se ofusca por la pretensión de una libertad absoluta, que se considera amenazada y condicionada por Dios.

El drama de la situación contemporánea, que da la impresión de abandonar algunos valores morales fundamentales, depende en gran parte de la perdida del sentido del pecado. A este respecto, es preciso hacer que la conciencia recupere el sentido de Dios, de su misericordia y de la gratuidad de sus dones, para que pueda reconocer la gravedad del pecado que pone al hombre contra su Creador. Es necesario reconocer y defender como don precioso de Dios la consistencia de la libertad personal, ante la tendencia a disolverla en la cadena de condicionamientos sociales o a separarla de su referencia irrenunciable al Creador.

El misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su propio flanco y en su relación con el prójimo. Por ello se puede hablar de pecado personal y social: todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto tiene también consecuencias sociales. El pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto de libertad de un hombre en particular, y no propiamente de un grupo o de una comunidad, pero a cada pecado se le puede atribuir indiscutiblemente el carácter de pecado social, teniendo en cuenta que en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. No es legítima y aceptable una acepción del pecado social que lleve a difuminar y casi a cancelar el elemento personal, para admitir sólo culpas y responsabilidades sociales. En el fondo de toda situación de pecado se encuentra siempre la persona que peca (CDSI No. 117).

El pecado personal tiene siempre una dimensión social: el pecador, a la vez que ofende a Dios y se daña a sí mismo, se hace responsable también del mal testimonio y de la influencia negativa de su comportamiento. Incluso cuando el pecado es interior, empeora de alguna manera la condición humana y constituye una disminución de la contribución que todo hombre está llamado a dar al progreso espiritual de la comunidad humana.

No olvidemos que, los pecados de cada uno consolidan las formas de pecado social que son precisamente fruto de la acumulación de muchas culpas personales. Es evidente que las verdaderas responsabilidades siguen correspondiendo a las personas, dado que la estructura social en cuanto tal no es sujeto de actos morales. Es un hecho incontrovertible que la interdependencia de los sistemas sociales, económicos y políticos crea en el mundo actual múltiples estructuras de pecado:

"Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las estructuras de pecado son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un pecado social (CEC n. 1869).

Existe una tremenda fuerza de atracción del mal que lleva a considerar como normales e inevitables muchas actitudes. El mal aumenta y presiona, con efectos devastadores, las conciencias, que quedan desorientadas y ni siquiera son capaces de discernir. Asimismo, al pensar en las estructuras de pecado que frenan el desarrollo de los pueblos menos favorecidos desde el punto de vista económico y político, se siente la tentación de rendirse frente a un mal moral que parece inevitable. Muchas personas se sienten impotentes y desconcertadas frente a una situación que las supera y a la que no ven camino de salida. Pero el anuncio de la victoria de Cristo sobre el mal nos da la certeza de que incluso las estructuras más consolidadas por el mal pueden ser vencidas y sustituidas por estructuras de bien.

La dimensión social del pecado se pone de manifiesto: cuanto más se disgrega la comunión en Cristo, tanto más aumenta la solidaridad en el mal que manifiesta y consolida el pecado. Esto se evidencia principalmente por la actual forma de vida intensamente socializada, que nos sensibiliza más al aspecto social del pecado y a una mayor corresponsabilidad frente al mal del mundo: conflicto de los egoísmos colectivos, inhumanidad en el ejercicio del poder, destrucción de los recursos naturales.

Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no nacido, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es social el pecado que se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas. Estas relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en el mundo justicia, libertad y paz entre individuos, grupos y pueblos (CDSI No. 118).

Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras de pecado. Éstas tienen su raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las personas, que las originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar. Es así como se fortalecen, se difunden, se convierten en fuente de otros pecados y condicionan la conducta de los hombres. Se trata de condicionamientos y obstáculos, que duran mucho más que las acciones realizadas en el breve arco de la vida de un individuo y que interfieren también en el proceso del desarrollo de los pueblos, cuyo retraso y lentitud han de ser juzgados también bajo este aspecto. Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy sobre todo dos: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: a cualquier precio (CDSI No. 119).

4.- Desde los abismos del pecado surge la esperanza de la Redención

En muchos enfermos y ancianos, desde los abismo de la desolación, de la culpabilidad por el peso del pecado surgen las preguntas: ¿Es Cristo verdaderamente Dios entre nosotros, es Él el único que puede dar sentido a nuestra vida y una respuesta a nuestros problemas de: soledad, sufrimiento, mal, muerte? ¿Es Jesucristo realmente el "salvador del hombre", el salvador de la humanidad? ¿Puede iluminar las profundidades en que estamos y descifrar ese enigma que somos cada uno de nosotros para nosotros mismos?

Nuestra fe nos permite afirmar con fuerza y solidez: Cristo como el centro del cosmos y de la historia, es el redentor del hombre y del mundo. Por la Encarnación, Dios ha entrado en la historia de la humanidad: "como hombre, se ha hecho sujeto suyo, uno entre millones, a pesar de ser el único. Por la encarnación, Dios le dio a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde su primer instante y, se la dio de manera definitiva" (Redemptor Hominis n. 1).

Por la Redención de Cristo quedó reanudado en el Hombre el lazo de amistad con Dios que había roto el hombre Adán. Más que ningún otro, el hombre del hoy necesita ser salvado. "El mundo de la nueva época, el mundo de los vuelos cósmicos, el mundo de las conquistas científicas y técnicas jamás alcanzadas hasta ahora es al mismo tiempo un mundo que gime y espera, también él, la liberación" (Redemptor Hominis n. 8).

Jesucristo, el redentor del mundo es aquel que penetró de forma única y singular en el misterio del hombre, entrando en su corazón. En realidad, el misterio del hombre no se ilumina de veras más que en el misterio del Verbo encarnado. Sólo Cristo, concretamente por su muerte en la cruz, revela al hombre el amor infinito que tiene el Padre por él. La Iglesia en el reciente Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia no deja de meditar el misterio de Cristo, sabe, con toda la certeza de la fe que la Redención realizada por medio de la cruz ha devuelto definitivamente al hombre su dignidad y el sentido de su existencia en el mundo. Familiarizarse con el misterio de la redención es el modo de alcanzar la zona más profunda del hombre, la de su corazón, la de su conciencia, la de su vida y Cristo es el camino de la humanidad a finales del segundo milenio, ya que solamente en él se encuentra la salvación.

El realismo cristiano ve los abismos del pecado, pero lo hace a la luz de la esperanza, más grande de todo mal, donada por la acción redentora de Jesucristo, que ha destruido el pecado y la muerte: En Él, Dios ha reconciliado al hombre consigo mismo. Cristo, imagen de Dios es Aquel que ilumina plenamente y lleva a cumplimiento la imagen y semejanza de Dios en el hombre. La Palabra que se hizo hombre en Jesucristo es desde siempre la vida y la luz del hombre, luz que ilumina a todo hombre. Dios quiere en el único mediador, Jesucristo su Hijo, la salvación de todos los hombres. Jesús es al mismo tiempo el Hijo de Dios y el nuevo Adán, es decir, el hombre nuevo: Cristo, el nuevo Adán en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. En Él, "Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29; CDSI No. 121).

En la muerte de Cristo, en la Cruz, adquiere su máxima seriedad este modo de comportarse Dios con el hombre; Dios le deja sentir con toda intensidad lo que fue su culpa. En la Cruz revela Dios al hombre lo que ha sido y es: un rebelde y condenado a muerte. Dios mismo da así la interpretación más auténtica del hombre. El que entienda bien la Cruz de Cristo no puede ya equivocarse cuando piense en la situación de la Humanidad caída. Dios mismo la desautoriza y esta desautorización del hombre por parte de Dios aparece con más luz en la muerte de Cristo: el Hijo del Padre Eterno es condenado a cruz y muere por el pecador. No es que el hombre al huir de Dios se condenara a sí mismo a muerte y Dios se lo dejara ver, sino que se ha despertado en el hombre una inclinación a la muerte y a matar al rebelarse contra Dios y contra la relación con Dios, le ha nacido una tendencia a conquistar su gloria rebelándose contra Dios y matando a sus semejantes. Esta tendencia al crimen logró su más terrible posibilidad en la muerte decretada contra el Hijo de Dios hecho hombre. El abismo del pecado alcanza ahí su última profundidad.

5.- La Esperanza cristiana centro de la obra de la caridad en Pastoral de Salud

El ser humano enfermo y que sufre necesita de Cristo y de su Evangelio, ya que, a pesar de los progresos técnicos, vive con miedo de que los frutos de la ciencia y técnica se conviertan en instrumentos de su destrucción. El Evangelio debe llevarnos a la urgente necesidad de refundamentar la humanidad con esperanza cristiana.

La realidad nueva que Jesucristo ofrece no se injerta en la naturaleza humana, no se le añade desde fuera; por el contrario, es aquella realidad de comunión con el Dios trinitario hacia la que los hombres están desde siempre orientados en lo profundo de su ser, gracias a la semejanza como criaturas de Dios; pero se trata también de una realidad que los hombres no pueden alcanzar con sus solas fuerzas. Mediante el Espíritu de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, en el cual esta realidad de comunión ha sido ya realizada de manera singular, los hombres son acogidos como hijos de Dios. Por medio de Cristo, participamos de la naturaleza de Dios, que nos dona infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar. Lo que los hombres ya han recibido no es sino una prueba o una prenda de lo que obtendrán completamente sólo en la presencia de Dios, visto "cara a cara" (1 Co 13, 12), es decir, una prenda de la vida eterna: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3; CDSI No. 122).

Nunca debemos olvidar lo fundamental de la experiencia cristiana del pecado: el hecho de que el pecado no es algo aislado, son que nos abre a las profundidades del perdón divino. Nuestra situación de pecadores nos lleva a la toma de conciencia del amor de Dios y de su misericordia y perdón. Nos lleva a la profundidad de la redención. La visión cristiana del pecado nos refleja una palabra que lo denuncia al mismo tiempo que lo suprime: el perdón. Así, trascendiendo toda visión puramente humana, el pecado aparece en toda su originalidad como compromiso para la conversión y compromiso con el misterio de la misericordia divina, como llamado al cambio y la conversión profunda lanzado desde la cruz plantada en el Gólgota, el primer Viernes Santo: "Todo esta consumado".

Trabajo grupal de reflexión: 30 minutos en grupos de 5 personas.

1.- ¿Qué entendemos por pecado? ¿Cómo redescubrir la noción perdida sobre el pecado con nuestros enfermos y ancianos?

2.- La enfermedad, el pecado, el sentimiento de culpabilidad son un torbellino de ansiedad y que causa desolación en el enfermo, ¿de qué manera iluminamos y apoyamos a nuestros enfermos y ancianos?

3.- ¿Cómo hacer resurgir desde los abismos del pecado la esperanza de la Redención?

TAREA PARA REALIZAR EN CASA: TRABAJO DEL EQUIPO PARROQUIAL DE MECE´s

El grupo parroquial de MECE´s, unido al grupo de jóvenes de la parroquia, elaborará un periódico mural catequético, tomando como fundamento los elementos aportados por la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA sobre el PECADO PERSONAL Y SOCIAL e incorporando las siguiente interrogantes:

¿Es Cristo verdaderamente Dios entre nosotros? ¿Es Cristo, el único que puede dar sentido a nuestra vida y una respuesta a nuestros problemas de: soledad, sufrimiento, mal, muerte? ¿Por qué Jesucristo es realmente el Salvador de la humanidad? ¿De qué nos ha salvado?

Tomado de:
COMISIÓN ARQUIDIOCESANA PASTORAL DE SALUD
ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO
FORMACIÓN CONTINUA 2006 de los MECE y Agentes de Pastoral de Salud
III UNIDAD PASTORAL: AÑO JUBILAR GUADALUPANO — MARZO, 2006


Los fundamentos de la Pastoral Social: LA PERSONA HUMANA CREADA A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS

En esta Unidad II de nuestro estudio de la Doctrina social de la Iglesia debemos colocar el fundamento de fe y de la Revelación en la Sagrada escritura de que: hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, con lo cual entenderemos que nuestro fin último es Dios por medio de la Santidad. Esta realidad de nuestra fe, muchas veces la olvidamos o la damos por conocido, pero pocas veces insistimos en nuestro ministerio y apostolado con los enfermos y los anciano, pero debemos ser más cuidadoso para saber redescubrir el valor de único de los fundamentos de nuestra fe. Cuantas veces el enfermo en medio de su enfermedad, sufrimiento y soledad, olvida este FIN ÚLTIMO que es DIOS MISMO y que el modo de llegar a Él es por medio de Santidad en nuestras vidas.

1. La vida del hombre: conocer y amar a Dios

Tal como lo mencionan los primeros párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica

CEC 1. Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.

CEC 3. Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2, 42).

Reflexionemos seriamente estos elementos que nos brinda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en los números 105 al 112, sobre la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Al contemplar la creación del hombre y la mujer nos damos cuenta de que hay algo que lo que nos hace únicos es que hemos sido hechos a imagen de Dios y que Dios nos ama y que, nos ha dado toda la creación para que vivamos de ella. Al mismo tiempo descubrimos que Dios tiene un plan para nosotros pues, no nos dejó olvidados en el jardín del Edén, sino que nos dio unas instrucciones para vivir y para que, por medio de la contemplación de las criaturas podamos descubrirlo a Él.

La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra, y está llamada a descubrir cada vez más profundamente, su plena razón de ser en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí mismo. A este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad, es a quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio más alto y singular recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella. Cristo, Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre; por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse continuamente. En Cristo Señor, la Iglesia señala y desea recorrer ella misma el camino del hombre, e invita a reconocer en todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un hermano por quien murió Cristo (1 Co 8, 11; Rm 14, 15; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia No. 105).

El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. Mediante las múltiples expresiones de esta conciencia, la Iglesia ha buscado, ante todo, tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; y además, ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones (CDSI No. 107).

2.- La Persona humana criatura e IMAGEN DE DIOS

El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios. "Creó, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó" (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación: al hombre (en hebreo adam), plasmado con la tierra (adamah), Dios insufla en la nariz el aliento de la vida (cf. Gn 2, 7). De ahí que, por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia No. 108).

"Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra" (Gn 1, 26-28).

Este es el primer lugar donde se menciona al hombre en la Biblia, y se dice que es creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre aparece al final de la obra creadora de Dios, esta situación, pone al hombre como parte de la creación, establece una diferencia respecto al resto de lo creado, el hombre no sólo es el final de la creación sino también su fin, la criatura en la que lo creado alcanza su máxima expresión.

Dios, cuya palabra ha dado origen a cuanto existe, antes de crear al hombre, se habla a sí mismo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Llama la atención el plural de la voz divina, para algunos intérpretes es un anticipo de la revelación de la Trinidad, también es una suerte de diálogo interior de Dios que se vuelve hacia sí mismo para proyectar su propia imagen hacia fuera en la culminación de la creación, así lo explica el Papa Juan Pablo II: "Es significativo que la creación del hombre vaya precedida por esta especie de declaración con la que Dios expresa la intención de crear al hombre a su imagen, más aún "a nuestra imagen", en plural indicaría el "Nosotros" divino del único Creador. Este sería, por tanto, de algún modo, un primer y lejano signo trinitario. En cualquier caso la creación del hombre, según la descripción de Génesis 1, va precedida de un particular "volverse" a sí mismo, "ad intra", de Dios que crea (Juan Pablo II, El hombre creado a imagen de Dios. Catequesis sobre el Credo, 9-4-1986).

La semejanza con Dios revela que la esencia y la existencia del ser humano están constitutivamente relacionadas con Él del modo más profundo. Es una relación que existe por sí misma y no llega, por tanto, en un segundo momento, ni se añade desde fuera. Toda la vida del hombre es una pregunta y una búsqueda de Dios. Esta relación con Dios puede ser ignorada, olvidada o removida, pero jamás puede ser eliminada. Entre todas las criaturas del mundo visible, en efecto, sólo el hombre es "capaz" de Dios. La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él, que sólo en esta relación puede vivir y expresarse, y que tiende naturalmente hacia Él. (CDSI No. 109).

El hombre es imagen y semejanza de Dios porque refleja la intimidad divina. ¿Qué implicaciones tiene el ser imagen de Dios para el hombre? El texto nos orienta hacia el dominio sobre la creación. El hombre está llamado al dominio sobre todo lo creado como imagen de Dios. Esto lo coloca en una posición particular, frente al mundo el hombre se sitúa como Señor; ante Dios, como imagen. El hombre es una encrucijada entre lo creado y Dios, un camino por el que la creación se eleva por encima de sí misma para recibir a Dios y Dios se dirige a su creación para realizar en ella su designio de amor.

CEC 356. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (GS 12, 3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad.

CEC 357. Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.

El hombre es el representante del señorío de Dios sobre el mundo. Pero también el hombre se convierte en lugar de la presencia de Dios. El hombre consagra la creación haciéndola casa de Dios. A través de él la creación no es únicamente lo ajeno a Dios, sino el lugar donde Dios quiere dejar la impronta de su presencia y voluntad.

El hombre es el representante del dominio divino sobre la creación, no se trata, por tanto de un monarca absoluto al que Dios hubiera dado la libertad ilimitada de manejar el mundo a su capricho, sino de un representante del poder de Dios como poder de vida. El domino del hombre sobre la creación está incluido en su relación fundamental a Dios como imagen y por tanto implica ser representante de su providencia protectora sobre el mundo. Es la misma idea que, de forma menos elaborada, pero más sugerente, propone el relato de la creación de Génesis 2 al hablar del hombre como el que tiene que guardar y cultivar el jardín del Edén (Gn 2, 15).

3.- Hombre y mujer los creo...

El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el nosotros de la pareja humana es imagen de Dios. En la relación de comunión recíproca, el hombre y la mujer se realizan profundamente a sí mismos reencontrándose como personas a través del don sincero de sí mismos. Su pacto de unión es presentado en la Sagrada Escritura como una imagen del Pacto de Dios con los hombres y al mismo tiempo, como un servicio a la vida. La pareja humana puede participar, en efecto, de la creatividad de Dios: Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra" (Gn 1, 28; CDSI No. 111).

El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana (Gn 9, 5), confirma Dios a Noé después del diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: No matarás (Ex 20, 13; Dt 5, 17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte. El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su cúlmen en el mandamiento positivo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 1ss), con el cual Jesucristo nos llama a hacernos cargo de nuestro prójimo (cf. Mt 22, 37-40; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27-28; CDSI No. 112).

La idea de creación a imagen de Dios, termina diciendo "hombre y mujer los creó". También en la diferencia de los sexos el hombre es imagen de Dios, el hombre está llamado en su mismo ser corporal a la comunión de personas porque Dios es comunión. De este modo tenemos dos ejes a lo largo de los que se desarrolla el ser imagen de Dios, un eje vertical que lleva desde la creación a Dios pasando por el hombre y un eje horizontal que lleva a la comunión en la diferencia de sexos. Si ampliamos la perspectiva podemos decir que el hombre es imagen de Dios dirigiéndose a él desde su formar parte de la creación y haciendo presente el ser relacional de Dios en su comunión con el resto de los hombres que tiene su punto culminante en la comunión entre el hombre y la mujer.

4.- Cristo es la imagen definitiva de Dios

La referencia a Dios es el constitutivo fundamental del ser humano, lo que lo define de la forma más precisa, ya que está en la base del entramado de relaciones con los demás y con el mundo que lo hacen ser hombre. Con esto ya tenemos una profunda comprensión del ser del hombre, pero la revelación definitiva de Dios en Cristo ilumina con mayor intensidad toda la Revelación de Dios:

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura;
porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
tronos, dominaciones, principados, potestades;
todo fue creado por Él y para Él.
Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en Él quiso Dios que residiera toda plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz
(Col 1, 12-20)

Cristo es la imagen definitiva de Dios. Pablo da dos razones de esto, precedidas ambas por la cláusula "porque". En primer lugar todo fue creado por Él y para Él. Cristo es la razón última de toda la creación porque desde su origen la creación fue hecha para alcanzar su plenitud en Él. Todo lo que existe está orientado hacia Jesucristo en quien todo se mantiene. Unirse a Jesucristo resucitado, hombre pleno, es el destino último de la creación. El hombre es imagen de Dios porque ha sido hecho según la imagen perfecta de Dios. Ser imagen de Dios significa estar llamado a reproducir en el propio ser el ser de Cristo, imagen perfecta de Dios como Hijo de Dios hecho hombre. Habría que entender el texto del Génesis en el sentido de que Dios hizo al hombre, no directamente como imagen suya, sino según su imagen, que es Cristo. El hombre es la criatura formada para hacer posible la encarnación de Dios.

Queda una razón más por la que Cristo es la imagen de Dios para Pablo: por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres, tanto del cielo como de la tierra. Cristo es imagen de Dios reconciliando, es decir llevando a su fin el camino que vimos iniciarse en el Génesis, la comunión entre Dios, la humanidad y la creación. Es la participación en esa obra de Cristo la que completa en el hombre la imagen de Dios.

5.- Acompañar al enfermo y al anciano a redescubrir su ser imagen de Dios

Ser imagen de Dios no es una pacífica posesión del hombre, sino una llamada a la unión con Dios en Cristo. El ser humano, específicamente el enfermo y el anciano es imagen de Dios porque ha sido destinado desde su creación a participar de la vida de Dios en Cristo y eso se trasluce y refleja en su relación con el mundo y con los demás. Con gran acierto recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, citando el Concilio Vaticano II, que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (CEC 359). Ser imagen de Dios en Cristo es la base de la dignidad propia de la persona humana:

Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano (y en concreto el enfermo y el anciano) tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar (CEC 357).

Este denso número del Catecismo de la Iglesia Católica hace una profunda enumeración de cómo se despliegan en el ser humano los dos ejes que decíamos constituían su ser imagen de Dios:

1. En primer lugar tenemos el eje horizontal de la relación con el resto de la humanidad, para hacer posible que esa relación sea un reflejo de la relación personal perfecta que constituye el ser divino el hombre ha sido dotado de la capacidad de conocerse y poseerse, pero no para cerrarse en sí mismo, sino para darse libremente y entrar en comunión. El ser humano no existe para sí mismo, sino para, siendo él mismo, ser capaz de entregarse a los demás en libertad y en amor.

2. Por otra parte, en el eje vertical que va de la creación a Dios, el hombre ha sido llamado a una alianza con su Creador y dotado de la posibilidad de confiar en Dios y amarlo. Esto significa llevar la capacidad de auto - entrega amorosa del hombre a su límite máximo, allí donde se acerca a la propia realidad amorosa de Dios. En estas características está encerrado lo más original y radical de la dignidad personal del ser humano. El ser humano es la criatura que puede salir más allá de sí mismo, de trascenderse hacia Dios y hacia los demás.

El cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rm 8, 23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1, 14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm 8, 23). Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.

Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual (GS No. 22).

De este modo queda refrendada por el Magisterio de la Iglesia la unicidad de la vocación del hombre a la comunión con Dios. La gracia no es un añadido extraño a la naturaleza humana, sino la realización de todo aquello que más íntimamente desea y añora la humanidad. Todo hombre está llamado a la salvación porque en todo hombre existe, por oculto que aparezca, el anhelo íntimo de un Dios que se entrega a sí mismo como don gratuito.

6.- La realidad vital en la persona del enfermo y del anciano: su alma

Apliquemos ahora estas ideas a la visión del ser humano como imagen de Dios en la unidad de cuerpo y alma. Ser imagen de Dios significa que el ser humano está hecho para Cristo, imagen perfecta del Padre, y esto es un constitutivo interno de su naturaleza. El hombre es el ser creado para que en él sea posible la encarnación del Hijo de Dios. Por tanto, como ser creado comparte la finitud y contingencia de todo lo creado, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento en su corporalidad.

Por otra parte y muy importante para nuestra evangelización: el enfermo y el anciano orientado y fundamentado en la Encarnación del Verbo de Dios, posee todas aquellas cualidades que hacen posible que Dios asuma una vida humana como suya. Por eso el ser humano es persona, porque en él se realizan a modo de criatura aquellas cualidades que definen a las personas divinas, de forma particular el hombre es capaz de auto - poseerse y de donarse en el amor. Estas posibilidades fundamentales de la persona son las que requieren para su ejercicio la libertad y la racionalidad.

Ser alma significa estar capacitado para la Encarnación del Hijo de Dios y llamado a la comunión plena con Dios en Cristo. El alma humana es, de este modo, la orientación del ser humano a la plena comunión con Dios en Cristo en cuanto constitutiva de ese ser humano y no meramente accidental. Desde esta perspectiva podemos revisar y profundizar las afirmaciones doctrinales sobre la constitución del hombre: realidad única de cuerpo y alma.

1.- Cuando afirmamos que el alma es creada directamente por Dios estamos expresando que cada ser humano tiene una posibilidad propia, única, personal y constitutiva de relación con Dios, una vocación a la comunión con Dios que no es genérica, sino personal. La llamada de Dios a la salvación, siendo universal es una apelación al núcleo más íntimo de nuestro ser, donde somos convocados personalmente a compartir la vida de Dios.

2.- Decir que el alma permanece tras la muerte significa afirmar que esa llamada a la comunión con Dios no queda truncada por la muerte, porque su fuerza proviene del mismo Dios. No se trata de una especulación sobre la eternidad de lo espiritual, sino de una suprema confianza en la voluntad divina de dar vida en abundancia al hombre en Cristo. La convicción cristiana en la inmortalidad del alma se basa en la certeza en la voluntad salvífica de Dios, no en determinadas convicciones sobre la constitución íntima de la materia o del espíritu.

3.- Si el alma es el factor último de cohesión y unidad del ser humano estamos afirmando que el fin último del hombre, el único que lleva a plenitud su ser, es la comunión con Dios en Cristo. Si decimos que no podemos separar adecuadamente cuerpo y alma estamos afirmando que es todo el hombre como persona el que está destinado a la salvación, no sólo una parte de él.

7.- Conclusiones

1. El ser humano (hombre y mujer) ha sido creado "a imagen y semejanza de Dios": esto significa que el hombre participa, por su semejanza con Dios, de su libertad, en la medida en que lo envuelven los rayos del conocimiento divino. La semejanza con Dios la muestra el hombre en cada uno de sus conocimientos. El conocimiento de las verdades prácticas nos permite dominar la tierra, conforme a la misión confiada a los hombres por el Creador : "Dominad..."

2. El conocimiento humano de la reflexión y la contemplación que penetra hasta el fondo de las cosas y las ve ligadas con Dios y orientadas hacia Él, alcanza un grado esencialmente superior de semejanza con Dios. Pero su mayor y más esencial culminación está en el amor que vibra al unísono del conocimiento, en el conocimiento que se hace fuerza que empuja al amor. Éste es el rasgo característico del conocimiento divino: la segunda persona de la augusta Trinidad "no es un Verbo o palabra cualquiera : es El Verbo que respira amor" (ST I q. 43 a. 5 ad 2).

3. Uno de los conceptos de fe fundamentales de los Padres de la Iglesia es la distinción entre "imagen y semejanza", cuando la imagen se refiere al ser y la semejanza al actuar. Mientras con el Bautismo el Espíritu reconstruye en el hombre la imagen de Dios, deformada por el pecado, con la Confirmación le confiere la semejanza. Éste es el motivo por el cual puede definirse como sacramento de la plenitud, porque confiere el don de la perfección y de la santidad. Adentrados en el ser divino, gracias al primer sacramento, se está ahora habilitados para la acción divina, gracias a la fuerza del Espíritu.

4. Nosotros, a semejanza suya, tenemos que cumplir lo que decimos. Hemos de vivir nuestra Fe. Jesucristo mismo nos enseña que no todo el que dice "Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de su Padre celestial". Esos son los que edifican sobre roca. Esos son los hermanos, y hermanas, y padres del Señor. Esos son la tierra buena sobre la que cae la semilla y da fruto. Madre y modelo de esa actitud es María. Ella dijo: "Hágase en mí según tu palabra", y la Palabra se cumplió tanto en ella, que, por obra del Espíritu Santo, el Verbo se le hizo carne y habitó entre nosotros.

5. Como imagen de este modelo, el Bautismo potenció en nosotros otro Cristo, con el mismo soplo divino que engendró a Cristo de María, y ese mismo Espíritu, que recibimos en la Confirmación, hará que, si nos dejamos llevar por el viento de sus dones, seamos también, a semejanza divina, padres de obras cristianas y de los otros cristos, con los que se hace la Iglesia, cuerpo de Cristo cabeza, para gloria de Dios Padre.

Trabajo grupal de reflexión: 30 minutos en grupos de 5 personas.

1.- ¿Esta orientada y cimentada mi vida ministerial y apostólica en conocer y amar a Dios?

2.- ¿Cómo Acompañar al enfermo y al anciano a redescubrir su ser imagen y semejanza de Dios?

3.- ¿Cómo presentar en una adecuada catequesis la realidad vital de la persona del enfermo y del anciano: su alma?

TAREA PARA REALIZAR EN CASA: TRABAJO DEL EQUIPO PARROQUIAL DE MECE´s

El grupo parroquial de MECE´s , unido al grupo de catequistas, elaborar un periódico mural catequético, tomando como fundamento los elementos aportados por la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA sobre:

LA PERSONA HUMANA CREADA A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS

Tomado de:
COMISIÓN ARQUIDIOCESANA PASTORAL DE SALUD
ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO
FORMACIÓN CONTINUA 2006 de los MECE y Agentes de Pastoral de Salud
II UNIDAD PASTORAL: AÑO JUBILAR GUADALUPANO — FEBRERO, 2006


I UNIDAD PASTORAL

A) LAS OBRAS DE LA CARIDAD Y EL ANUNCIO DEL EVANGELIO

La Iglesia, consciente de que la caridad es el don de Dios por excelencia en Cristo Jesús, anuncia el Evangelio no sólo con la palabra de la predicación sino también con la comunión fraternal y con las obras buenas de todos sus discípulos; ya que éstas son motivo de que los hombres rindan gloria a Dios (cfr. Mt 5, 16).

A través de las obras de caridad el discípulo, por una parte, imita fielmente la obra del mismo Jesús que ha dicho: "Les he dado en efecto un ejemplo, para que como yo lo he hecho lo hagan también ustedes" (Jn 13, 15) y, por otra, el mismo discípulo participa del modo más auténtico en la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio de Jesús: "Por esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros" (Jn 13, 35).

B) LA CARIDAD COMO UNIÓN FRATERNA

La expresión más inmediata y clara de la caridad que se actúa en obras es la unión fraterna (Koinonía) de cada uno de los creyentes con todos aquellos que profesan la fe en el único Evangelio de Jesús. Esta vivencia de comunión es recordada en el libro de los Hechos de los Apóstoles; entre las notas que le dan identidad a la comunidad de Jerusalén se nos dice: "Eran asiduos a escuchar la enseñanza de los apóstoles y a la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración" (Hch 2, 42).

La unión fraterna o "Koinonía" que se nutre de la Eucaristía se manifiesta de manera más expresiva en la comunión de los bienes materiales: "Todos los que habían aceptado la fe estaban unidos y tenían todas las cosas en común, quien tenía propiedades y bienes los vendían y ponían a disposición de todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2,42-45).

Sin embargo, la obra de caridad que se expresa en la unión fraterna no implica necesariamente el compartir los bienes materiales en el modo que lo practicaba la comunidad de Jerusalén, sino que exige manifestarse en la vida eclesial de alguna manera, que sea propia de las circunstancias de cada época, lugar y cultura. Lo importante para cada cristiano y para cada comunidad cristiana es buscar la unión fraterna: "Con nadie tengan otra deuda, sólo aquella del amor mutuo" (Rm 13, 8).

C) LA CARIDAD COMO SERVICIO Y PARTICIPACIÓN CON LOS MAS NECESITADOS

Entre las muy diversas obras de caridad, asume una especial importancia la actitud y obra caritativa con los pobres, los enfermos, los más necesitados. Según la enseñanza de Jesús en la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10, 29-37), la condición del pobre lo hace de modo especial prójimo de cada uno de nosotros y, más aún, hace de él una presencia del mismo Señor: "Cada vez que han hecho estas cosas a uno de estos mis hermanos más pequeños, lo han hecho conmigo" (Mt 25, 40).

La caridad hacia el hermano más necesitado debe llevar a los cristianos a organizar obras a favor de los pobres. Tal ministerio, ampliamente asentado en la tradición cristiana de todos los siglos, encuentra su inicio y fundamento en la práctica organizada y específica del ministerio de la caridad de la comunidad apostólica; pensemos en particular en la institución de "siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y de sabiduría", a los cuales se les confía "el servicio de las mesas" (Hch 6, 1-6) o también el relieve que asume "la colecta a favor de los hermanos" en el ministerio de San Pablo (cfr. 1 Co 16, 1-4; 2 Co 8, 9; Gál 2, 10; Rm 15, 26-28).

Más allá de la ayuda material y espiritual organizada por la comunidad cristiana para servir a Cristo en los pobres, en los enfermos, en los mas necesitados, la caridad exige también y sobretodo recibirlos y verlos como personas, insertándolos en una comunión de vida y de afecto. La obra de la caridad debe crear vínculos personales y comunitarios con los pobres. Vínculos de inclusión en la propia vida de aquellos que están excluidos. Hacerse prójimo del pobre, del enfermo, del extranjero, del encarcelado y darle espacio en el propio tiempo, en la propia casa, entre las propias amistades, en la propia ciudad y en las propias leyes y estructuras sociales, es darle vida, en la Iglesia, al ministerio de la caridad. Es crear un rostro de Iglesia que sea misionera en la Ciudad a través de obras y gestos concretos. Es decir, la Iglesia que sirve a los necesitados, la Iglesia que actúa con ellos y es de ellos, hace posible la superación de la simple beneficencia ocasional, da nueva vigencia y actualidad y fuerza evangelizadora y misionera a la caridad, rehabilitándola y haciendo de esta hora, la hora de la caridad (cfr. Ecclesiam Suam 52).

D) LA EDUCACIÓN A LA CARIDAD

Para que la comunidad cristiana viva eficazmente la caridad y, a través de todo esto la Iglesia evangelice, sea a través de las buenas obras especialmente hechas entre los pobres, sea a través de la unión fraterna de las comunidades parroquiales, es necesaria una eficaz formación en el campo de la pastoral de la caridad. En cada cristiano debe, por tanto, ser cultivada la conciencia del fundamental empeño de edificar una comunidad de amor fraterno y de traducir esto en obras de amor preferencial hacia los pobres. En la formación ordinaria de los cristianos, sea en los contenidos sea en las metodologías de la catequesis o en la pastoral sacramental, especialmente a partir de la Eucaristía, deberán promoverse itinerarios permanentes de educación a la caridad, que ilustren la riqueza espiritual y vivencial de la caridad evangélica y valoricen las experiencias de "diaconía" o servicio.

Los fundamentos de la Pastoral Social recopilados por Monseñor Jorge Palencia

En la pasada XI ASAMBLEA DIOCESANA se abordó el gran tema de la Pastoral Social de la Iglesia y sus ramificaciones hacia la Pastoral Catequética y la Pastoral Litúrgica. Durante este año abordaremos diversos aspectos de la Pastoral Social aplicándola a los ministerios laicales y al gran campo de la Pastoral de la Salud.

Es muy necesario y urgente que como MECE y Agentes de Pastoral de Salud tengamos los fundamentos de la Pastoral Social que no es sólo intelectual o cognitivo, sino eminentemente práctico y personal y aplicable a nuestro trabajo apostólico. Debería cambiar nuestras vidas y ayudarnos a asumir nuestras propias responsabilidades con respecto al bien común, a la persona humana, tanto como individuo, y como sociedad, especialmente por lo que tiene que ver con los enfermos, los ancianos, especialmente los que están en necesidad.

Los fundamentos de la Pastoral Social, los encontramos en la Doctrina Social de la Iglesia, recientemente presentado de forma orgánica y sistemática en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado en Vaticano por el Consejo Pontificio de Justicia y Paz.

1.- ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia?

"La Doctrina Social es de la Iglesia porque la Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y la enseña. No es una prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de toda la comunidad: es expresión de la manera en que la Iglesia comprende la sociedad y se relaciona con sus estructuras y cambios. Toda la comunidad eclesial sacerdotes, religiosos y laicos contribuye a constituir la doctrina social, según la diversidad de sus tareas, carismas y ministerios en su seno. Las múltiples y multiformes contribuciones son expresiones del sobrenatural sentido de la fe de todo el Pueblo son asumidas, interpretadas y unificadas por el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia" (Cfr. Compendio Doctrina Social de la Iglesia No. 79).

La Doctrina Social Católica se enfrenta seriamente con las realidades y estructuras existentes, y los desafíos de la humanidad para buscar soluciones a las situaciones sociales, políticas y económicas, que atentan en contra de la dignidad humana, de manera que se cree un sano grado de tensión entre las realidades temporales que encontramos y el ideal del Evangelio.

La Doctrina Social Católica pertenece al marco de la teología y especialmente de la teología moral y tiene mucha importancia para el apostolado con los enfermos y ancianos. Según las palabras del Magisterio, es la formulación exacta de los resultados de la cuidadosa meditación de las complejas realidades de la existencia humana en sociedad, y en un contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición viva de la Iglesia. Es un conjunto de principios, criterios y directrices de acción, con el objeto de interpretar las realidades sociales, culturales, económicas y políticas, determinando su conformidad o inconformidad con las enseñanzas del Evangelio sobre la persona humana y su vocación terrenal y trascendente. La Doctrina Social Católica no es una utopía, en el sentido de un proyecto social imposible de alcanzar.

2.- Naturaleza y contenido de la Doctrina Social de la Iglesia

"Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad el hombre como destinatario del anuncio evangélico, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio. La sociedad, y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son el camino primero y fundamental de la Iglesia" (Compendio Doctrina Social de la Iglesia No. 62).

El contenido de la Doctrina Social de la Iglesia se expresa en tres niveles:

a) Principios y valores fundamentales. La Doctrina Social de la Iglesia adquiere sus principios básicos de la teología y la filosofía, con ayuda de las ciencias humanas y sociales que la complementan. Estos principios incluyen la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la participación, la propiedad privada, y el destino universal de los bienes. Los valores fundamentales incluyen la verdad, la libertad, la justicia, la caridad y la paz.

b) Criterios de juicio: para valorar los sistemas económicos, instituciones, organizaciones, etc., utilizando para ello el análisis de la realidad. Ejemplos: valoración de la Iglesia acerca del liberalismo, el racismo, la globalización, los salarios justos, etc…

c) Líneas de acción: brinda opiniones contingentes sobre acontecimientos históricos. Esto no es una deducción lógica y necesaria que surja de los principios, sino el resultado de la experiencia pastoral de la Iglesia y de la percepción de la realidad; la opción preferencial por el pobre, la defensa de la vida humana, el diálogo, y el respeto por la autonomía legítima de las realidades políticas, económicas y sociales.

3.- Fundamentos de la Pastoral Social

El primer fundamento de la enseñanza social católica es el mandamiento proclamado por Jesús de amar: Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. Éste es el fundamento de toda la moral cristiana y, por lo mismo, de la doctrina social de la Iglesia que es parte de esta moral. Jesús decía que el doble mandamiento del amor no es sólo el primero y más importante de todos los mandamientos, sino también el resumen o compendio de todas las leyes de Dios y del mensaje de los profetas. La doctrina social de la Iglesia proporciona por tanto una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Debe impregnar nuestra vida entera y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente según el Evangelio. Éste es un principio muy importante para superar la tendencia a ver la economía y la política como algo totalmente separado de la moral, cuando de hecho es precisamente allí donde un cristiano hace que su fe influya en los asuntos temporales.

Unidos a este primer fundamento existen los cuatro principios específicos sobre los que se apoya el edificio entero de la Doctrina Social de la Iglesia: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad.

1.- La dignidad de la persona humana: El primer principio especifico es el de la dignidad de la persona humana, que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio. Cuando Jesús, usando la imagen del buen pastor, hablaba de la oveja perdida, nos enseñaba lo que Dios piensa del valor de la persona humana individual. El pastor deja a las 99 en el aprisco para buscar a la perdida. Dios no piensa en los seres humanos en masa, o en porcentajes, sino como individuos. Cada uno es precioso para él, irreemplazable.

En su carta encíclica Centessimus Annus, el Papa Juan Pablo II subrayaba la centralidad de este principio: "... toda la doctrina social de la Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque el hombre… en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma. En él ha impreso su imagen y semejanza, confiriéndole una dignidad incomparable" (Centessimus Annus, No. 11).

De ahí que la Iglesia no piense primero en términos de naciones, partidos políticos, tribus o grupos étnicos, sino más bien en la persona individual. La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de cada individuo. Comprende la importancia del estado y de la sociedad en términos de servicio a las personas y a las familias, en vez de en sentido contrario. El estado, en particular, tiene el deber de proteger los derechos de las personas, derechos que no son concedidos por el estado mismo sino por el Creador.

2.- El bien común. El segundo principio específico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común. El Concilio Vaticano II lo define como "el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección" (Gaudium et Spes 26 y 74; y el Catecismo de la Iglesia Católica, 1906).

El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de Personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos impulsa a buscar nuestro propio bien en detrimento de los demás se supera por un compromiso con el bien común.

El bien común no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que crea más bien un nuevo sujeto "nosotros" en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás. Por ello, el bien común no pertenece a una entidad abstracta como el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión.

3.- Principio de Subsidiariedad. El tercer principio específico de la Doctrina Social es el principio de subsidiariedad. Fue formulado por primera vez bajo este nombre por el Papa Pío XI en su carta encíclica de 1931 "Quadragesimo Anno". Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad se deben tomar en el nivel más bajo posible, por tanto al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio se formuló cuando el mundo estaba amenazado por los sistemas totalitarios con sus doctrinas basadas en la subordinación del individuo a la colectividad. Nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera. Incluso antes de la encíclica de Pío XI, el Papa León XIII mismo insistía "sobre los necesarios límites de la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la sociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de éstas, y no para sofocarlos" (Centessimus Annus, 11).

4.- Principio de Solidaridad: el cuarto principio especifico en que fundamenta la Doctrina Social de la Iglesia fue formulado recientemente por Juan Pablo II en su carta encíclica "Sollicitudo Rei Socialis" (1987). Este principio es el llamado principio de la solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, debemos tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.

Pero el Santo Padre añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una virtud real, que nos permite asumir nuestras responsabilidades de unos con otros: "no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos" (Sollicitudo Rei Socialis 38).

4.- Líneas de Acción

"La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres situaciones y problemas relacionados con la justicia, la libertad, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Entre evangelización y promoción humana existen vínculos profundos: vínculos de orden antropológico, lazos de orden teológico, y vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?" (Compendio Doctrina Social de la Iglesia No. 66).

La Iglesia Diocesana debe aplicar la Enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en las siguientes áreas del trabajo ministerial y apostólico con enfermos y ancianos:

1.- Leer y tener un conocimiento bueno y preciso de las enseñanzas sociales de la Iglesia, para ser capaces de exponerlas con seguridad y claridad, y cerciorarnos de que enseñamos en nombre de la Iglesia lo que efectivamente enseña la Iglesia, no nuestras propias opiniones personales.

2.- Humildad, para no tener que saltar de principios generales a juicios concretos definitivos, especialmente cuando se expresan de manera categórica y absoluta. No debemos ir más allá de los límites de nuestro propio conocimiento y competencia específica.

3.- Realismo en la determinación de la condición humana, reconociendo el pecado pero dejando sitio para la acción de la gracia de Dios. En medio de nuestro compromiso por el desarrollo humano, nunca perder de vista que la vocación del hombre es sobre todo la de ser santo y gozar de Dios eternamente.

4.- Concentrarnos primero en nuestras propias vidas y en nuestras responsabilidades personales, sociales, económicas y políticas, evitando la tentación de usar la Doctrina Social de la Iglesia como un medio para juzgar.

5.- Los laicos son evangelizadores del mundo, son los verdaderos expertos en sus campos de competencia y tienen la vocación específica de transformar las realidades temporales según el Evangelio, respondiendo siempre y por encima de todo a su llamado a la santidad.

"Con su Doctrina Social la Iglesia se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación: se trata de su fin primordial y único. Esta misión configura el derecho y el deber de la Iglesia a elaborar una doctrina social propia y a renovar con ella la sociedad y sus estructuras, mediante las responsabilidades y las tareas que esta doctrina suscita. Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación.

Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de las finanzas, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive" (Compendio Doctrina Social de la Iglesia No. 69 y 70).

Trabajo grupal de reflexión: 30 minutos en grupos de 5 personas.

1.- El Señor Cardenal Don Norberto Rivera Carrera nos ha propuesto: "La Pastoral de la Caridad en Tiempos de Misión Evangelizador" ¿Desde nuestro ministerio eucarístico qué obras de la Caridad son el Anuncio auténtico del Evangelio?

2.- ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Qué aplicación le podemos dar al trabajo apostólico y ministerial con los enfermos y ancianos que visitamos y servimos en el nombre de Cristo?

3.- La doctrina social de la Iglesia proporciona por tanto una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social?

TAREA PARA REALIZAR EN CASA: TRABAJO DEL EQUIPO PARROQUIAL DE MECE´s

El grupo parroquial de MECE´s, unido a otros grupos parroquiales, realizará un periódico mural con el tema:

EL FUNDAMENTO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

El primer fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia es el mandamiento proclamado por Jesús de amar:

Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como te amas a ti mismo.

Unidos a este primer fundamento existen los cuatro principios específicos:

a).- la dignidad de la persona humana,
b).- el bien común,
c).- la subsidiariedad
d).- la solidaridad.

Tomado de:
COMISIÓN ARQUIDIOCESANA PASTORAL DE SALUD
ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO
FORMACIÓN CONTINUA 2006 de los MECE y Agentes de Pastoral de Salud
La Pastoral de la Caridad en tiempos de Misión Evangelizadora en la Arquidiócesis de México
+Norberto Cardenal Rivera
Arzobispo Primado de México

Visite nuestro sitio web en www.parroquialatino.diocesisdecelaya.org.mx

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