Plenitud del tiempo, la fuerza del Amor, el hecho de que Jesús nació para rescatar y erradicar del corazón del hombre la esclavitud del pecado, sin olvidar a las personas de su diócesis, que viven en Roma al borde de la dignidad humana. Son los conceptos que expresó el Santo Padre al celebrar la divina maternidad de María.
Esta tarde a las 17.00 en la Basílica Vaticana, el papa Francisco presidió las primeras vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios.
A esa liturgia siguió la exposición del Santísimo Sacramento, el canto del tradicional himno del Te Deum de agradecimiento por la conclusión del año civil y la bendición Eucarística.
Al término de la celebración, el Papa se dirigió a la Plaza de San Pedro para detenerse en oración ante el Pesebre.
En su homilía el Obispo de Roma puso de manifiesto que al final del año, la Palabra de Dios nos acompaña con dos versículos del apóstol Pablo que representan dos expresiones concisas y densas, como síntesis del Nuevo Testamento, que da sentido a un momento “crítico”, como suele ser un cambio de año.
Francisco explicó en su homilía que la primera expresión que nos llama la atención es “plenitud del tiempo”. Y añadió que “en estas últimas horas del año solar, en el que sentimos aún más la necesidad de algo que llene de significado el transcurrir del tiempo, dicha expresión tiene una resonancia especial”.
También puso de manifiesto que si bien durante cierto tiempo Jesús es casi invisible e insignificante, “en poco más de treinta años desatará una fuerza sin precedentes”, que aún permanece y “perdurará a lo largo de toda la historia”. Y dijo que “esta fuerza se llama Amor”.
Sí, porque como añadió el Papa “el amor da plenitud a todo, incluso al tiempo; y Jesús es el ‘concentrado’ de todo el amor de Dios en un ser humano”.
Al recordar que san Pablo explica por qué el Hijo de Dios nació en el tiempo, y cuál es la misión que el Padre le ha encomendado, el Papa dijo que Jesús nació “para rescatar”.
Y ésta – añadió – “es la segunda palabra” que tal como destacó el Pontífice debe llamar nuestra atención, puesto que “rescatar”, significa “sacar de una condición de esclavitud y devolver a la dignidad y a la libertad propia de los hijos”.
Mientras la esclavitud a la que alude el apóstol es la de la “ley”, entendida como un conjunto de preceptos que hay que observar, una ley que –como dijo Francisco– “educa al hombre”, “es pedagógica”, “pero que no lo libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo ‘sujeta’ a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad de hijo”.
El Papa Bergoglio también se detuvo a reflexionar “con dolor y arrepentimiento” puesto que –como dijo– “también en este año que llega a su fin, muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de esclavitud, indignas de personas humanas”.
Y sin olvidar a los habitantes de la Ciudad Eterna, el Obispo de Roma dirigió su pensamiento de Padre a las tantas personas sin hogar, que son más de diez mil y cuya situación es especialmente dura durante los meses invernales.
Después de destacar que también Jesús nació en una condición análoga, aunque no por casualidad o accidente, sino precisamente para manifestar el amor de Dios por los pequeños y a los pobres, el Papa afirmó textualmente:
“La Iglesia que está en Roma no quiere ser indiferente a las esclavitudes de nuestro tiempo, ni simplemente observarlas y socorrerlas, sino que quiere estar dentro de esa realidad, cercana a esas personas y a esas situaciones”.
Por último, al celebrar la divina maternidad de la Virgen María, el Pontífice animó esta forma de maternidad de la Iglesia.
Y formuló la pregunta: “¿Cómo llamar a todo esto, sino Amor? Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien esta tarde la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y de agradecimiento”.
Sí. Especialmente cuando las iniciativas se desvinculan del ámbito de la fe religiosa y se entienden como una acción cultural y política, adecuada a las expectativas de las sociedades contemporáneas.
Con frecuencia los medios de comunicación convierten el diálogo entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas en un ejemplo loable de búsqueda del bien común. Sin embargo, suele obviarse lo que lo hace genuino. Esto es, su sentido de “anuncio”.
Es así que el diálogo interreligioso va más allá de ser la propuesta de máximos éticos compartidos por la mayoría.
Es el anhelo por compartir un bien concreto: el de haber encontrado Jesucristo, concebido como una “gracia” inmerecida que se ofrece con respeto y amor a quienes no han experimentado ese encuentro.
La doctrina de la Iglesia católica apuesta por supuesto por la necesidad del diálogo con otras religiones. No se trata aquí de ver la paja en el ojo ajeno y subrayar los defectos y carencias del otro.
Más bien proponemos un ejercicio de reflexión intraeclesial. Porque debemos ser conscientes de que esta propuesta no queda sólo bajo la responsabilidad de las instituciones. Al contrario, lleva implícita una responsabilidad y un buen entendimiento de nuestra propia fe.
Porque, ante todo, el diálogo es testimonio y compromiso personal. Es por ello que, sin pretender agotar este tema, reflexionamos aquí sobre algunos de los riesgos que pueden alterar su verdadero sentido.
En el mundo en que vivimos, uno de los mayores obstáculos para el diálogo interreligioso es concebir el cristianismo como una ideología más entre las que elegir ¿Por qué?
Porque esto conlleva: 1) entender el diálogo como un intercambio de propuestas variadas e igualmente aceptables en un espacio público supuestamente “neutral” 2) la renuncia a la totalidad de las exigencias de la identidad cristiana para evitar posibles discrepancias.
Ambas actitudes rebajan el contenido del mensaje cristiano para adecuarlo a la modernidad.
Muy relacionado con esto, podemos identificar otras actitudes que tampoco ayudan a construir el diálogo como instrumento real y efectivo de cooperación frente a los nuevos totalitarismos.
La primera es el desconocimiento de la propia identidad religiosa. No sólo entendida como “estudio” de la Tradición de la Iglesia, sino como la tentación de eludir nuestro compromiso personal con la realidad que vivimos.
Tal y como ha señalado el papa Francisco: el cristiano pertenece al Cuerpo de Cristo y este hecho lo convierte en agente de paz.
Esto naturalmente exige de los cristianos un trabajo constante para superar otro gran obstáculo: el miedo. Y esto resulta especialmente complicado.
Porque un diálogo eficaz no está exento de miedos. Y trascenderlos no significa ignorarlos en un ejercicio de “buenismo” poco realista.
Se trata más bien de atravesar fronteras, físicas o mentales. Estar dispuesto a abrazar al otro sin perder a Cristo como eje de la propia vida.
Como cristianos, ir al encuentro del otro significa actuar en consecuencia: ser testigos de la luz de Cristo, sin huir de la realidad ni de la verdad. No dejar que el prejuicio gobierne nuestra conciencia. En una apertura sin límites.
No desde quien está dispuesto a asumir cualquier propuesta, sino de quien está dichoso de compartir aquello que ha recibido y ponerlo a disposición del encuentro.
Sólo así el diálogo puede tener un sello verdaderamente cristiano y canalizar este Mensaje tan “escandaloso” y revolucionario a la luz del mundo como lo es el Evangelio.
Aunque en el fondo todos los seres humanos, sin importar la nacionalidad que tengamos, compartimos el mismo deseo de tener un nuevo año lleno de felicidad, salud, prosperidad y metas alcanzadas, es interesante ver cómo cada país tiene sus propias tradiciones populares para desear cosas buenas.
Esta tradición, que consiste en comer 12 uvas (una por cada mes) a la medianoche con cada campanada y pidiendo 12 deseos, nació en España y luego se expandió a algunos países de Latinoamérica. Hay dos teorías acerca de esta práctica. La primera que la clase alta española comía uvas y tomaba champagne para emular a los franceses y poco a poco se fue expandiendo a las clases no tan pudientes. Y la otra es que a principios del siglo XX, los productores de uva de Alicante tuvieron una muy buena cosecha y como una especie de estrategia de mercadeo para el excedente, además de un buen precio, las vendían como las “uvas de la buena suerte”.
El primero de enero, en distintas ciudades del país, las personas no le prestan atención a las bajas temperaturas y se bañan en diferentes playas y lagos con divertidos trajes u originales sombreros, siendo Scheveningen es uno de los sitios más populares para comenzar el año bien “fresco”. Otros países se han sumado a esta tradición, como Alemania y Estados Unidos (este último con su famoso polar bear plunge), e incluso, a veces hasta se hace con fines benéficos.
Para los daneses, el discurso de la reina Margarita II a comienzos de la tarde marca el inicio de la celebración, pero otra de las tradiciones que muchos acostumbran seguir es dar un brinco en la medianoche (puede ser saltar desde una silla o hasta del propio sofá de la casa) para también saltar así las adversidades que puedan surgir en el nuevo año. Si de comida se trata, no puede faltar el Kransekage, un dulce que consiste en varios aros de mazapán colocados unos encima de otros.
Particularmente en estos dos países europeos es muy común cenar lentejas en la víspera del Año Nuevo para “atraer” prosperidad. ¿De dónde viene esto? En la Antigua Roma, las lentejas eran de las legumbres más cotizadas y hasta se acostumbraba entre amigos y familiares regalar un puñado de lentejas en una pequeña bolsa de cuero para desearles que se convirtieran en oro. Por la cantidad de inmigrantes, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, en muchos países latinos también se ha adoptado esta suculenta costumbre.
En varios países de Suramérica se acostumbra a elegir el color de la ropa interior que se va a usar el 31 según lo que más se desea para el año siguiente. Por ejemplo, si se desea conseguir el amor, debe ser roja; y si se quiere abundancia económica, amarilla. En Argentina y Uruguay, las mujeres utilizan ropa interior rosa para la buena fortuna y, si se les fue obsequiada, mucho mejor.
Grupos de amigos o familias hacen un muñeco (o monigote, como ellos le llaman) para representar al año que termina y lo queman como para simbolizar que lo malo que haya ocurrido no se repita o te persiga en el próximo año. En algunos casos, incluso se hacen muñecos imitando personajes (particularmente políticos) que hayan sido negativos para desear que rectifiquen o salgan de sus cargos. Esta tradición también se hace en otros países de Suramérica, como Colombia y Perú.
Muchos aseguran que el mar sana y purifica (mayormente por su alto contenido de sal), pero los brasileños se meten en él a medianoche y saltan 7 olas para simbolizar el paso de las dificultades y pedir 7 deseos.
Los franceses no suelen enviar tarjetas en Navidad, pero sí en Año Nuevo para expresar sus buenos deseos a sus seres más queridos (a mano o digitalmente). También acostumbran a dar pequeños bonos monetarios (étrennes) a las personas que les han servido y ayudado durante todo el año, como al conserje, el cartero, recolectores de basura, ayudantes del hogar, entre otros.
¿Quieres viajar en el 2019? Muchos latinoamericanos acostumbran a salir a la calle (o al pasillo de sus edificios) después de las 12 campanadas con sus maletas vacías para que se cumpla.
Así se llama la torta que los griegos realizan únicamente para el Año Nuevo. Dentro de ella se coloca una moneda y, a quien le toque, tendrá particular suerte. Además, es interesante que los griegos cortan las torta según la cantidad de personas que estén en la celebración y los pedazos se reparten por edad: primero a las personas mayores y luego a los más jóvenes. Asimismo, se cortan pedazos simbólicos para personas que hayan fallecido, los menos favorecidos, Dios, La Virgen y algunos santos, como San Basilio, cuya fiesta es precisamente el 1 de enero y, como es una especie de Papá Noel, también se hace intercambio de regalos.
Provienen del mundo cultura, el mediático, el religioso, el científico o de la sociedad civil. De las numerosas grandes personalidades que nos han dejado este año, Aleteia ha seleccionado once para que recordarles como fuente de inspiración de muchas otras personas.
Un total de 36 sacerdotes han sido asesinados en este año 2018 en distintos lugares de la tierra, frente a 15 asesinados el año 2017, según informa Ayuda a la Iglesia que sufre, lo que equivale a tres asesinatos al mes. Por su parte, la Agencia Fides informa que han sido asesinados 40 misioneros en 2018, en su mayoría sacerdotes, cuando en 2017 la cifra alcanzó casi la mitad (23). En este siglo XXI, los años con mayores asesinatos de sacerdotes fueron el 2001 y el 2009, cuando las víctimas fueron 25 y 30, respetivamente.
Para el diario vaticano L’Osservatore Romano este incremento hace que el año que termina puede calificarse de “annus horribilis”. También hay cerca de tres mil cristianos asesinados en las persecuciones, la mayoría en países musulmanes.
Son por lo tanto cristianos que han muerto a causa de su fe en Cristo y por difundir el Evangelio. La cifra “es preocupante”, pues es “la más alta del siglo”. Mientras tradicionalmente el número mayor de asesinatos se producía en América, este año se ha producido en África, donde han sido asesinados 19 sacerdotes, un seminarista y una mujer laica. El más alto número de sacerdotes asesinados ocurrió en el año 1994, con 124 sacerdotes, pero de ellos la gran mayoría (104 sacerdotes) perdieron la vida en la sanguinaria guerra étnica que tuvo lugar en Ruanda.
Por continentes, de los 36 sacerdotes asesinados, 19 corresponden a África, como se ha dicho, de los cuales 6 en Nigeria, 5 en la República Centroafricana) 14 en América (7 en México), y 3 en Asia.
Estos datos, dice el diario del Vaticano, demuestran que los sacerdotes viven muy cerca del pueblo, es más, viven los problemas de su pueblo. Los sacerdotes, dice L’Osservatore Romano, “comparten a menudo y en todo las condiciones y los peligros de la población en medio de la cual son misioneros del Evangelio”.
También este año, señala el diario, “muchos sacerdotes y con ellos tantos operadores pastorales en tierra de misión, han perdido la vida en contextos de pobreza, de degradación, donde la violencia es la norma de la vida, y en los que la autoridad del estado está debilitada por la corrupción y por los compromisos, o donde la religión se instrumentaliza para otros fines”.
© OSSERVATORE ROMANO / CPP
July 11 2016: Pope Francis meets Dr. Paloma García Ovejero, Vice Director of the Press Office of the Holy See, at the Vatican.
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El papa Francisco aceptó hoy lunes la renuncia del director de la Sala de prensa de la Santa Sede, el estadounidense Greg Burke, y de la vicedirectora, la española Paloma García Ovejero.
Según informó hoy escuetamente la Oficina de información, el Papa ha nombrado para sustituirles, como director “ad interim” a Alessandro Gisotti, periodista italiano de Radio Vaticano y hasta hoy coordinador de los social media del dicasterio para la comunicación.
Los dos profesionales que habían presentado su renuncia también han informado del cambio en sus cuentas de Twitter agradeciendo al Papa tras estos años de trabajo juntos.
Termina una etapa. ¡Gracias, Santo Padre, por estos dos años y medio! Gracias, Greg, por tu confianza, tu paciencia y tu ejemplo.
— Paloma G. Ovejero (@pgovejero) December 31, 2018
Paloma and I have resigned, effective Jan. 1. At this time of transition in Vatican communications, we think it’s best the Holy Father is completely free to assemble a new team.
— Greg Burke (@GregBurkeRome) December 31, 2018
Jesús llega a mi vida sin que yo esté preparado. Nunca suelo estarlo para las grandes ocasiones. Me dejo llevar por las prisas y no me detengo ni un instante.
Quiero que el nacimiento de Jesús se dé en en mí tal y como mi vida está ahora. Así pasó en la vida real: “El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera”. Fue de una manera silenciosa, sin llamar la atención.
El nacimiento fue en huida. En la pobreza de un pesebre. ¿Qué hubiera pasado si alguien con alma de niño hubiera abierto su posada? ¿y si en lugar de un establo hubiera nacido en una familia, en la paz y el remanso de un hogar en calma? Hubiera sido de otra manera el nacimiento. Pero no sería Jesús.
Él quiso nacer a su manera. Y su manera duele, incomoda, altera mi paz y mi sosiego. Su manera inquieta, es como una astilla que se mete en mi piel haciéndome daño.
Su manera no se adapta a la horma de mi zapato. O es más pequeña o es más grande. Quiero encajonar a Dios para que se adapte a mí, a mis deseos.
Dicen que le atribuyo a Él sólo los bienes. Y los males digo que los observa impotente, pero no es responsable. Como si quisiera exculparlo de todas mis desgracias.
¿No tengo que perdonarlo a veces cuando permite algo que me duele en lo más hondo? Sí. Le perdono. Pero me parece que me he inventado un Dios que nace a mi manera. Cuando yo quiero, cuando lo necesito.
Y cuando me decepciona lo vuelvo a reservar en el sagrario. Lo escondo, lo oculto. Allí donde no me molesta en mi silencio. Calla. Y parece dormido.
Demasiado quieto mi Dios. Demasiado impotente. Demasiado pequeño. O tal vez tan grande que se queda lejos de mí. En algún lugar lejano en el que yo no habito.
Tengo claro que mis decisiones importantes pasan por el corazón. Sin él no puedo decidir nada bien. No sé lo que de verdad me conviene hasta que lo medito todo en mi corazón. Allí sucede lo importante.
Pero a veces siento que mi corazón va a contracorriente. No se adapta a los tiempos de los hombres. Vive con un reloj distinto. No sé si es el de Dios, o es el de mi alma.
Lo que sé es que a mi ritmo Dios me habla. En sus silencios confirma mis intuiciones. Y con sus susurros suaves calma no sé bien cómo mis miedos.
Me arrodillo hoy cansado, con barro en mis manos, el alma vacía, delante de mi Dios niño, mi Dios de carne, mi Dios tan humano. ¡Cuánta paradoja hay en el pesebre! ¡Cuánta impotencia para salvar el mundo! Un Dios hecho hombre, hecho niño, hecho límite.
Decía el padre José Kentenich: “El rostro humano del Padre Eterno vuelto hacia nosotros, nos revela de manera sensible y palpable, de modo auténticamente humano, cómo concebir humanamente el interés espiritual de Dios Padre por cada individuo”.
El rostro de un niño con sus ojos grandes es el rostro humano de la misericordia de Dios. Dios hecho hombre se acerca al hombre. Dios con nosotros que no quiere dejarme solo. Dios conmigo para que sienta cada día su abrazo.
Dios me ama y viene a mí, pero a su manera, eso sí, no a la mía. Es mejor la suya, lo sé, aunque no la entienda. Me empeño en querer razonarlo todo. Y mi vida se juega en el corazón, no en la cabeza. Me salvo en el corazón que a veces tengo tan desordenado, tan sucio, tan limitado.
Y yo quiero que Jesús nazca en mi vida a mi manera. Cuando esté todo en orden, pienso, será distinto. Cuando tenga éxito y logros que justifiquen mi vida. Entonces le dejaré entrar y quedarse conmigo.
Pero no es así. Soy víctima del caos de mi alma. Y me siento inquieto y perdido con frecuencia. En medio de las nieblas de mis desánimos me arrodillo en silencio ante el Niño que nace.
¿Qué hubiera hecho yo esa noche de invierno? ¿Hubiera dejado a José y a María entrar en mi vida? Me temo que no. Me incomodan los que molestan.
Tengo miedo y me cuesta aceptar la manera de Dios. Por egoísmo, por pereza. Tantas veces me guardo de los hombres que me incomodan.
Y creo que tengo que vivir a mi manera. Que es la que de verdad vale. La que me hace feliz, la que se adapta al tamaño de mi alma. ¡Qué mirada tan pequeña, tan pobre, tan ciega!
Quiero aprender a dejar nacer a Dios en mi vida a su manera. Dejarlo entrar. Aunque no entienda yo lo que Él hace cuando habita en mí.
Dios conmigo en medio de mis días. En medio de mis nervios e inquietudes. Dios que viene a romper la santa armonía de mis rutinas sagradas. En las que no me desprendo de mi yo queriendo ser el dueño de mi vida.
Miro a José y María y obedezco: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros'”.
Los miro en la noche de Navidad. Cuando todo está a oscuras y una luz se enciende en el pesebre. Una lámpara en la noche. Una señal de esperanza entre tantas desesperanzas.
Jesús nace a su manera y no lo comprendo bien. Unos pañales, una madre, un padre. Pobreza, soledad y silencio.
Jesús nace a su manera. En la persecución. En el dolor. En la pérdida. En el martirio. Nace en medio de la tensión. Cuando no todo está claro ni en paz. Cuando el futuro es incierto.
Me quiero adaptar a su manera. Jesús tiene razón, todo es cuestión de tiempo. Dios se adapta a mi tiempo. La eternidad se limita en horas y en días. No hay nada tan incongruente.
Dios todopoderoso se vuelve impotente. Dios omnipresente se esconde en una cueva. Dios omnisciente vive en la ignorancia. Dios eterno acepta la muerte.
La naturaleza creada asume al Dios que la ha creado. El creador sometido a la creatura. Me parece todo imposible. Su manera me desconcierta siempre de nuevo. Su manera de hacer las cosas, de amar hasta el extremo, me resulta imposible. Su soledad es un amor que desborda todas mis pretensiones.
Y yo pretendo someter a Dios a mi manera. Hacerlo actuar según mis planes. Indignándome cuando no se ajusta a mi lógica o a mis gustos.
Me arrodillo cansado ante el pesebre. Ante mi Belén con José, María, el ángel, el Niño, el buey y la mula. Y la estrella que me ilumina. Los pastores y la oveja. Yo allí de rodillas queriendo sostener el mundo en mis manos.
Homilías breves, vivas, improvisadas: son las meditaciones matutinas de Francisco en la capilla de la Casa Santa Marta. Este año pronunció 89. Son reflexiones centradas en el primer anuncio, el “kerygma”: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” Evangelii gaudium, 164).
Francisco sabe decir palabras que hacen arder los corazones, con un lenguaje alegre y colorido, a veces mordaz para animar a las personas a madurar en la vida cristiana.
Las homilías de Santa Marta contienen tres elementos: una idea, un sentimiento, una imagen, en el contexto de una predicación positiva que ofrece esperanza, incluso cuando los tonos se vuelven más duros.
Esa dureza que usaba también Jesús para sacudir sobre todo a quien se consideraba justo y se cerraba a su amor, a su salvación.
Este año, el Papa se refirió repetidamente a situaciones de la actualidad, del mundo y de la Iglesia, pero el mensaje recurrente es escatológico, la expectativa del encuentro con Jesús, el examen final sobre lo que Francisco llama el “protocolo” de Mateo 25: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver”.
Al anochecer de nuestra vida seremos juzgados respecto al amor concreto que vivimos en la tierra. Hoy ya conocemos las preguntas de ese examen crucial.
Una homilía sobre todo, ejemplificadora, es la del 8 de octubre pasado, en donde el Papa comentó la parábola del buen samaritano: aquí -dijo- se encierra todo el Evangelio.
Un doctor de la ley le pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”. Es una pregunta tramposa y autojustificativa. El Señor habla del hombre herido por ladrones: un sacerdote y un levita, dos hombres estimados por la administración del culto y el conocimiento de la ley, lo encontraron y pasaron de largo.
Son dos “funcionarios” de la fe, explica el Papa, que quizá dicen: “Por el camino rezaré por él, pero no me toca a mí. Es más, si yo tocara su sangre, me quedaría impuro”.
Un samaritano, es decir “un pecador, un excomulgado” se detiene, lo cuida: era el más pecador y, sin embargo, tuvo compasión de ese hombre herido.
Pone de lado su agenda, se ensucia las manos y la ropa de sangre, cura las heridas del hombre, poniéndole aceite y vino, lo lleva a una posada y le da al posadero dos denarios, diciendo: “Cuídalo; lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso”.
Esta es la síntesis del Evangelio, comenta Francisco: los cristianos están abiertos a las sorpresas de Dios, saben cambiar sus agendas y “como Jesús, pagan por los demás”.
Jesús tenía palabras fuertes contra la hipocresía de los fariseos, escribas y saduceos, personas que se consideraban mejores, perfectos conocedores de la ley, y juzgaban, poniendo pesos sobre los demás sin mover un dedo.
Así, el Papa a menudo reprende a los llamados cercanos, aquellos que piensan que están en orden pero no se interesan por los demás, y luego llevan una doble vida, sobre todo si son pastores.
Califica como “corruptos” a quienes se sienten justos y no necesitan convertirse continuamente. El cristiano, en cambio, sabe que es un pecador que necesita conversión y la misericordia de Dios y por eso tiene misericordia de los demás.
Jesús advierte: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad del Padre”.
Así, el Papa nos invita a ser cristianos del hacer y no del decir y ya: cristianos de gestos concretos, no cristianos maquillados.
Cierto, el pobre molesta: nos toca los bolsillos, el enfermo nos puede contagiar, el forastero nos obliga a abrir la mente y el corazón a quien es diferente, el preso nos involucra en una realidad que no queremos tocar.
El Evangelio filtrado por nuestro egoísmo y nuestros esquemas ideológicos nos tranquiliza, nos deja cómodos en nuestras posiciones. El Evangelio verdadero nos escandaliza, nos pone en crisis, nos incomoda, nos mueve del yo al tú.
Francisco invita a pasar de la lógica del mundo a la de Dios, porque es fácil vivir un cristianismo tibio y mundanizado sin siquiera darse cuenta.
Exhorta a la valentía de una oración insistente que se atreve a dirigirse al Señor con confianza, mirando a Cristo crucificado en los momentos difíciles.
Invita a permanecer unidos a Jesús y a los hermanos para no caer en la tentaciones del diablo que engaña y dice mentiras para dividir, usando a los hipócritas.
El Papa en sus homilías a menudo advierte contra Satanás, el gran acusador: la vocación del demonio -dice- es destruir la obra de Dios.
La palabra clave para no errar nuestro camino de fe -explica el Papa- es estar “enamorados” del Señor y tomar de Él la inspiración para nuestras acciones.
Es un equilibrio entre “contemplación y servicio”, el ora et labora de san Benito, escapando de la religión del ajetreo, que no sabe detenerse para estar con Jesús, y del intimismo que nunca desemboca en el servicio concreto del amor.
La verdadera contemplación no es un dulce no hacer nada sino un detenerse a mirar al Señor que toca el corazón e inspira nuestras acciones.
Es el Espíritu Santo – recuerda el papa Francisco – quien nos permite vivir esta vida con alegría, en la esperanza de encontrar al Señor: “La esperanza es concreta, es de todos los días porque es un encuentro. Y cada vez que encontramos a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, damos un paso más hacia ese encuentro definitivo. La sabiduría de saber gozar de los pequeños encuentros de la vida con Jesús, preparando ese encuentro definitivo”.
Por Sergio Centofanti
Los primeros cristianos solían llamar a la Virgen María como la “Theotokos”, que en griego significa “Madre de Dios”. Este título aparece en las catacumbas debajo de la ciudad de Roma y en antiguos monumentos de oriente (Grecia, Turquía, Egipto).
Los Obispos reunidos en el Concilio de Éfeso (431), ciudad donde según la tradición la Virgen pasó sus últimos años antes de ser asunta al cielo, declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios".
3.- Creado por la fe
“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios” dice una de las antiguas oraciones marianas de los cristianos de Egipto del siglo III (tercero). Cabe resaltar que ese título de “Madre de Dios” (“Theotokos”) no existía y que fue creado por los cristianos para expresar su fe.
4.- Antigua fiesta mariana
La “Maternidad de María” es una de las primeras fiestas marianas que se dio en la cristiandad. Se dice que por el siglo V (quinto), en Bizancio, había una “memoria de la Madre de Dios” que se celebraba el 26 de diciembre, al día siguiente de la Navidad.
Poco a poco se fue introduciendo en la liturgia romana en un día de la Octava de Navidad y ya por el siglo VIII (octavo) se encuentran para esta conmemoración antifonales con el título de “Natale Sanctae Mariae”, así como oraciones y responsorios con los que se honraba la divina “Maternidad de María”.
5.- Jornada de la Paz
Con el tiempo, esta memoria de la Virgen fue desplazada para conmemorar la “Circuncisión del Señor”, pero se mantendría el acento mariano. En 1931 el Papa Pío XI la reestableció para el 11 de octubre con ocasión del XV centenario del Concilio de Éfeso y le dio una categoría equivalente a la Solemnidad actual.
Años después, en esta fecha, San Juan XXIII inauguró el Concilio Vaticano II (1962). Con la reforma litúrgica de 1969, la “Maternidad de María” pasó a celebrarse al 1 de enero, día en que se inicia el “calendario civil”. Un año antes, en 1968, el Beato Pablo VI instituyó para este día la Jornada Mundial de la Paz. Es así que el primer día del año se celebra a María y se ora por la paz.
6.- Fundamento de dogmas marianos
El título “Madre de Dios” es el principal y el más importante dogma sobre la Virgen María y todos los demás dogmas marianos encuentran su sentido en esta verdad de fe. Los otros dogmas marianos son que María tuvo una Inmaculada Concepción, Perpetua Virginidad y que fue llevada en cuerpo y alma al cielo (Asunción).
Asimismo, Nuestra Señora tiene los siguientes títulos: Madre de los hombres, Madre de la Iglesia, Abogada nuestra, Corredentora, Medianera de todas las gracias, Reina y Señora de todo lo creado y todas las alabanzas contenidas en las letanías del Santo Rosario.
7.- Decisión de la Virgen
En noviembre de 1996 San Juan Pablo II explicó que “la expresión ‘Madre de Dios’ nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina”.
“Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento”, afirmó.
Pregunta: "¿Cómo puede ser María la madre de Dios, si Dios ya existía antes de que ella naciera?".